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jueves, 28 de enero de 2010

Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. (y IV)

El arte de tener razón, sin tenerla

El libro que me propongo glosar, como ya he manifestado en la primera parte de este trabajo, Dialéctica Erística (en adelante DE) lo escribió Schopenhauer (en adelante Sch) entre los años 1830-31 cuando tenía 42 años de edad. El libro, además de desacreditar a la dialéctica como arte de pretender tener razón sin tenerla, entra en conflicto con numerosos colegas filósofos, contiene la recopilación de 38 estratagemas o ardides. En definitiva, trucos dialécticos, que son desleales, engañosos, utilizados en las discusiones, cuando uno de los contrincantes desea que prevalezcan sus tesis y opiniones propias sobre las del adversario, aun sabiendo que estas son absurdas. Por tanto, se utilizan para tener razón a toda costa, cueste lo que cueste, sea lícito o ilícito.

La maldad, la improbidad innata que caracteriza al género humano, es el fundamento que descansa en el hecho de que dos o más personas utilicen argumentos capciosos o desleales en las discusiones, puesto que, ninguna de ellas, será capaz de discutir por mor de de la verdad y ceder la razón al adversario, cuando la tenga.

Orgullo personal, tozudez, prepotencia, características esenciales del género humano, que ocasionan verdaderas batallas campales en las que, frecuentemente, no es la verdad la que cuenta, sino la prevalencia y el señorío personales

La DE en el fondo toca temas relacionados con la lógica y el funcionamiento de la mente humana. Hegel explicaba su dialéctica como algo que no tenía nada que ver, en absoluto, con la dialéctica clásica y que según Sch se basaba en absurdos que no contenían base real alguna. Contra esa dialéctica hegeliana se iría afianzando en la mente de Sch una visión de la Dialéctica en un sentido mucho más aristotélico. Kant y Aristóteles, mucho más realistas que Platón, supieron desenmascarar el verdadero espíritu de la Dialéctica, considerándola como un arte de la apariencia.

Sch redujo la Dialéctica a una mera técnica estratégica de supervivencia intelectual, por la que la verdad no era ya un objetivo final, sino una más de las apariencias y engaños utilizados para destruir los argumentos del oponente.

La obra de Sch que estoy comentado está muy acorde con el elitismo del que siempre hizo gala este autor. Hay que recordar que su discípulo más directo fue Friedrich Nietzsche.

Sch manifiesta que su escritor predilecto es el filósofo Gracián, del que dice que ha leído todas sus obras, entre las que destaca El Criticón que considera “el libro más maravilloso del mundo”.

Sch no busca ampliar una metafísica fundada, más o menos rigurosamente, en principios abstractos, sino una sabiduría de la vida, aguijoneada por la discordancia. En el marco de esta idea se sitúa el tratado de Sch sobre la erística o el arte de tener razón, en el sentido de sabiduría de la vida, lo que refleja la indudable influencia del arte y prudencia de Gracián. Es decir Sch pertenece a este grupo de filósofos que se apasionan por la mundología o por la filosofía mundana. Es decir, filosofía de carácter práctico, no especulativa.

Como Gracián, Sch supo llegar con sus escritos, también, al hombre común. El pragmatismo triunfaba tras tanta bufonada. Sch llegó a ser el filósofo más famoso de finales del siglo XIX. Hegel y los idealistas habían sido olvidados hace ya tiempo.

Las astucias, ardides y bajezas a las que se recurre, con el propósito de tener razón, son tantas y variadas, y se repiten con tanta regularidad, que permitieron a Sch hacer una interesante recopilación de 38 estratagemas que figuran en el libro comentado sobre el que se centran los comentarios y opiniones de este trabajo.

El propósito de la DE, según Sch, no es el de que alguien tenga razón objetiva en un asunto, sino el de que al final de la discusión se la otorgue, ya sea bien porque efectivamente la tiene, o bien porque haya sido muy hábil en su defensa y la haya obtenido sin tenerla.

Sería un error entender el tratado de DE como un manual de discusión. Más bien se la considera como una pequeña guía para desenmascarar las argucias y las falacias argumentativas de quienes discuten con nosotros, o de aquellos a quienes observamos en discusión con otros.

Lo que pretende demostrar Sch es que la DE es el arte de discutir para tener razón tanto lícita como ilícitamente. Los antiguos usaron tanto la Lógica como la Dialéctica como sinónimos. Aristóteles colocó juntas a la retórica y a la dialéctica, cuyo propósito es la persuasión. Aristóteles distingue, primero, la lógica o analítica como la teoría o la instrucción para obtener los silogismos verdaderos, y en segundo lugar a la Dialéctica como la instrucción para obtener los silogismos probables, los que corrientemente se tienen por verdaderos.

Todo el mundo tiene su propia dialéctica natural. También tiene su propia lógica innata. Una persona, corrientemente, no muestra carencia de lógica natural, en cambio sí falta de dialéctica. Esta última es un don natural desigualmente repartido.

Hay, pues, una serie de estrategias, que al ser independientes del hecho de que se tenga razón objetiva, pueden ser utilizadas también, cuando objetivamente no se tiene razón. Por tanto, lo que pretende Sch es diferenciar la Dialéctica de la lógica, mucho más sutilmente de cómo lo hizo Aristóteles, es decir, dejar a la lógica como referida a la verdad objetiva, y dejar a la Dialéctica como al arte de tener razón.

Para definir concisamente qué es la dialéctica habrá de considerársela despreocupándose definitivamente de la verdad objetiva, que es asunto de la lógica. La Dialéctica como tal debe enseñar únicamente cómo podemos defendernos contra ataque de cualquier tipo, especialmente contra los desleales y evidentemente como podemos atacar lo que el otro expone, sin contradecirnos y lo más importante, sin que seamos refutados.

Por eso, en la Dialéctica hay que dejar a un lado la verdad objetiva y considerarla como algo accidental y simplemente no ocuparse más que de cómo defender las afirmaciones propias y cómo invalidar las del otro.

Con frecuencia uno mismo no sabe si tiene razón o no. A veces cree tenerla y se equivoca. La función de la Dialéctica es la misma que la del maestro de esgrima que no repara en de quién es la razón en la riña que condujo al duelo. Atacar y parar es lo único que cuenta, como en la Dialéctica, que es una esgrima intelectual. Si nuestro objetivo es mostrar la validez de proposiciones falsas, no tendremos más que pura sofística. Por tanto una acertada definición de lo que es la dialéctica sería que es una esgrima intelectual para tener razón en las discusiones.

Lo esencial de toda discusión es saber lo qué sucede. Si un adversario nos ha propuesto una tesis, para refutarla existen dos modos y dos vías. Los modos son los siguientes: ad rem, con referencia a la cosa, y ad hominem, con referencia a la persona con la que se discute. En cuanto a las vías, son también dos: refutación directa y refutación indirecta. La directa muestra que la tesis no es verdadera. La indirecta que no puede ser verdad.

Protágoras fue el que dijo que el dominio de la palabra permite poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles. Gorgias decía que con las palabras se puede envenenar y embelesar. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad, sino de los intereses del que habla. Antes de Platón ya, llamaban a este arte “conducción de almas”. Posteriormente incluso Platón fue más duro y lo definió como “captura de almas”.

En toda discusión o argumentación, en general, hay que estar de acuerdo, a modo de principio, en algo sobre lo cual podamos coincidir al juzgar el asunto en cuestión. Es decir, con quien niega los principios no puede discutirse (contra negatem principia non est disputandum). O dicho de otro modo, una persona docta en una materia, debe de abstenerse de discutir con quienes no lo sean, pues no puede utilizar contra estos sus mejores argumentos, que carecerán de validez ante la falta de conocimientos de sus oponentes. Sobre esta cuestión Goethe decía:

• “Nunca, incauto, te dejes arrastrar a discusiones; que el sabio que discute con ignaros expónese a perder también su norte.”

Y peor aún, si al adversario le falta ingenio o inteligencia, se sentirá enseguida herido en su parte más sensible y quien discuta con él notará enseguida que ya no lo hace contra su intelecto, sino contra lo radical del ser humano. De ahí que su mente no se ocupe de otra cosa más que de las astucias, ardides y toda clase de engaños hasta que, agotado, acabe por recurrir a la grosería.

Así pues, y para terminar, la segunda regla que podemos sacar para nuestro beneficio de estas reflexiones es, que no se debe discutir con personas de inteligencia limitada. Las astucias, ardides y bajezas a las que se recurre con el propósito de tener razón son tantas y tan variadas, que todo lo que saquemos de una discusión -que no conversión- de este género sea un terrible dolor de cabeza, malestar y subida de tensión.

martes, 26 de enero de 2010

Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. (III)

La palabra razonada: logos

Aristóteles, en su obra la Retórica, decía que para poder persuadir al escuchante, nuestro alegato podría recurrir a tres cosas: el logos, el ethos y el pathos. O dicho de otro modo, recurriendo a la palabra razonada, a la confianza y a las emociones.

Lo más simple que se puede decir de la palabra es que es un sonido o conjunto de sonidos articulados que expresan una idea (DRAE). Baste con reflexionar un poco sobre esta sobria definición para darnos cuenta del poder de la palabra. ¿Quién no se ha visto en la tesitura de redactar un telegrama o mensaje electrónico comprometido, para darse cuenta de la dificultad de encontrar la palabra adecuada? Con frecuencia descubrimos que el límite de nuestras ideas lo marcan nuestras palabras.

No hay nada que no se haya dicho ya sobre la palabra. Las palabras son símbolos de las cosas del mundo, por lo que a cada palabra le corresponde un significado. Cada vez que digo o utilizo una palabra pongo en juego tres cosas: su expresión, el concepto con el que la asocio, de significado constante, y la cosa a la que se refiere, que pueden ser muchas, aunque dentro de un ámbito referencial reconocible en la propiedad que comparten. O sea, el significado es la idea real que evocan las palabras. Recordado todo lo anterior, se comprende que Lewis Carroll dijera en cierta ocasión: “No hay mayor despotismo irrespetuoso, pretendidamente ilustrado, que el que a veces se ejerce sobre la capacidad esencial del significado de las palabras, atribuyéndoles otros caprichosos.”

En la fraseología popular podemos escuchar, con frecuencia, “por la boca muere el pez”. Por nuestra boca dejamos escapar más que indicios de lo que el pecho esconde. Y haciéndole caso de Cervantes, lo que salga de nuestra boca mejor suene llano, sin encumbramiento, “pues toda afectación es mala.” Y sobre todo cuidando que la palabra escogida no infunda error, pues es probable que se revuelva contra el entendimiento. O sea, nada de jugar con las palabras aunque sea tan diestramente como el sofista, porque el manoseo acaba por hacerla tan liviana que termina por no significar nada.

Jugar irrespetuosamente con el significado de las palabras -lo negro es blanco, lo blanco es negro-, parece cosa de villanos. Estas son las palabras volantonas, con alas, y puede ocurrir que se posen donde nosotros no queremos. El canario Pérez Galdós decía que “palabra y piedra suelta no tienen vuelta”. Sin duda, la palabra lanzada para golpear, puede herir más hondo que una espada.

En ocasiones, la palabra es como una fiera salvaje que hay que domesticar antes de darle suelta. Quizá, por eso son pocos los que consiguen fijar el sentido de las palabras que usan. Algunos maestros del engaño las usan para disfrazar u ocultar su pensamiento. Aunque el pensamiento así maltratado va quedando anulado, ahogado, de manera que, finalmente, no quede nada que ocultar. Esa retórica robotizada, de forma florida pero sin fondo, es como el canto de los pájaros, “que cantan sin saber lo que cantan: todo su entendimiento es su garganta” (Octavio Paz).

Decía el francés Jean Paulhan –especialista entre otras cosas en el lenguaje, no traducido al español- que si las palabras no hubiesen cambiado de sentido y los sentidos no hubiesen cambiado de palabra, todo habría sido dicho ya. Por eso, en ocasiones, la conversación con otra persona se parece a eso que se llama diálogo de besugos. Aunque no siempre estas situaciones son fruto involuntario de nuestros deseos, sino que es la expresión de un pensamiento profanado. Con lo anterior no quiero decir que sea fácil acertar que la palabra concebida y empleada en una determinada ocasión sea la conveniente. Cuando esto ocurre habría que decir que surgió la fórmula mágica.

En definitiva, la palabra es la gran herramienta de la lucha por el poder. Fue Gramsci el que le descubrió a todos estos encantadores pastores de rebaños de ciudadanía –palabra símbolo- que el camino más corto y más sutil para conquistar el poder político es el poder cultural. Por eso una de las cosas que mejor funcionan estos días en España es la acción concertada de intelectuales y artistas bienpagaos, llamados “orgánicos”, que muy eficazmente han conseguido infiltrarse en todo tipo de medios de comunicación, expresión e, incluso, universitarios.

viernes, 22 de enero de 2010

Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. (II)


La diosa Eris

Hesiodo, poeta de la antigua Grecia (700 a. C.) escribió una obra llamada Teogonía que viene a ser como la génisis de la mitología griega. Ahí aparece la diosa Eris, quien para Hesiodo era una de las fuerzas primordiales descendiente de Nix (la Noche). Los romanos la llamaban en su mitología la diosa de la Discordia, a la que consideraban hermana de Ares, el dios de la guerra.

Eris es conocida como quien lanzó la manzana con la que Paris elegiría a la diosa más hermosa, lo que originó la Guerra de Troya. La cosa transcurrió del siguiente rocambolesco modo. Se celebraba la boda de Tetis (divinidad marítima) y Peleo (rey de Ptía Tesalia) a la que fueron invitados todos los dioses menos Eris. Inesperadamente apareció la diosa toda enfadada con sus alas y lanzó una manzana de oro en medio de todos diciendo que el fruto debería ser entregado a la diosa más hermosa de todas. Como era de esperar las diosas femeninas comenzaron a disputarse la manzana.

Los dioses masculinos allí presentes no querían tomar partido. Zeus, el más poderoso, terminó por enviar a las revoltosas diosas al monte Ida, en la Tierra, con Hermes, quien se encargaría de llevar a Paris, el príncipe troyano, la manzana para que fuera él quien se encargara de entregarla a la diosa más bella. Las diosas entraron en una puja ofreciendo a Paris grandes regalos a cambio de la manzana de oro. Atenea le ofreció la sabiduría y el triunfo en la guerra. Hera el poder y la riqueza. Afrodita le ofreció la mujer más hermosa. Finalmente a Paris le atrajo la oferta de Afrodita y le dio la manzana y ésta cumplió su promesa dándole Helena de Troya. Y así surgió la discordia entre aqueos y troyanos conocida como la Guerra de Troya.

Como curiosidad digamos que Eris (Discordia) engendró otras nefastas personificaciones: Parió a Ponos (Pena), a Lete (Olvido), a Limos (Hambre), al lloroso Algos (Dolor), a las Hisminias (Disputas), a las Mecas (Batallas), las Fonos (las Matanzas), las Androctasias (Masacres), los Neikea (los Odios), los Pseudologos (las Mentiras), las Anfilogias (las Ambigüedades), a Disnomia (el Desorden), a Ate (la Ruina y la Insensatez) y Horcos (Juramento). Cosas de la mitología. Lo admirable es que luego los griegos fueron capaces de superar a los dioses del Olimpo con otra arma más poderosa, también inventada por ellos: logos que significa razón o principio, palabra razonada, inteligencia, ciencia, estudio, sentido, pensamiento, idea, argumento. O sea, la lógica.

Eris ha sido adoptada como la diosa madre de la moderna religión discordiana, el Discordianismo fundada en 1959 por Greg Hill (Mal-2). Esta religión reconoce el caos y la discordia como cualidades deseables, en contrastes con la mayoría de las religiones que idealiza la armonía y el orden. Esta religión ganó popularidad con una novela de Robert Anton Wilson titulada The Illuminatus Trilogy (1975), base del folclore esotérico hacker, donde se narra la lucha por el poder en la sociedad secretas de los Illuminatis que gobiernan el mundo desde las sombras y la anárquica resistencia que lucha contra estos, los seguidores del Discordianismo.

En nuestro tiempo la diosa Eris se hizo popular a través de los dibujos animados de la Cartoon Network con una serie llamada Las sombrías aventuras de Billy y Mandy. En uno de los episodios, Eris, que la representan con apariencia inspirada en Madonna, hace que el caos se apodere de Puro Hueso, Billy y Mandy dándoles la manzana dorada del caos y la discordia.

Después de conocer los amenazantes poderes de Eris parece como si me estuviera diciendo: -no se te ocurra hacerme frente desacreditando el poder de la manzana de oro. Y hete aquí que me encuentro dudando si ignorar, o no, la amenaza de la vengativa diosa y librar la batalla del descrédito de los que recurren a morder su dorada y atractiva manzana de oro, sin importarles que la víctima sea el valor de la verdad. En resumen, la clave del arco ofensivo de la me tengo que valer para desafiar a Eris es, la palabra.
(continua)

martes, 12 de enero de 2010

Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. (I)

¿Es la dialéctica el camino que conduce a la verdad?

En mi post anterior, en el que enfrenté imaginariamente a Platón con Marx, a guisa de vidas paralelas, quedó flotando a lo largo de todo el texto una palabra con mucha enjundia como es, Dialéctica. El hecho es que desde los primeros tiempos de la filosofía - no sabría decir si incluso con los presocráticos-, los filósofos no han dejado de darle vueltas a su significado, utilidad, valoración. Posiblemente sea la palabra que más veces sale en la mayoría de los tratados de filosofía. Siempre ha sido motivo de discusión; el desacuerdo ya empezó con Aristóteles y su maestro Platón.

Los políticos de izquierda suelen estar bien entrenados en la materia y saben sacar partido a la cuestión. Baste con ver en las tertulias, ahora tan abundantes en las nuevas TV temáticas de la red TDT, como los representantes de cupo de la izquierda actúan como verdaderas tanquetas que arrollan a los considerados de derechas, salvo honrosas excepciones. En general aquellos dominan las técnicas del debate con habilidad. La cuestión que quiero plantear es: ¿es la dialéctica el camino que conduce a la verdad?

La cuestión empezó a interesarme especialmente hará unos diez años, cuando cayó en mis manos un tratado u opúsculo de Arthur Schopenhauer (1788-1860) que nunca destinó al público, que se encontró entre el legajo de anotaciones que dejó el filósofo, por lo que, a pesar de formar una obra acabada en sí misma, carece de de una revisión definitiva. Tampoco recibió un título expreso, aunque su autor se refería a su trabajo como Eristische Dialektik. La primera edición en lengua española, según creo, es del año 1997, con el título Dialéctica erística o el arte de de tener razón, expuesta 38 estratagemas, de la editorial Trotta. La edición que yo leí es del año 2000, de unas cien páginas, está traducida por Luis Fernando Moreno Marcos Claros, autor de una esclarecedora introducción.

En varias ocasiones le oí decir a Rafael Termes que la mejor manera de aprender algo era obligarse a escribir sobre el particular y explicárselo a los demás. No han sido pocas las veces que me he aplicado el cuento, tanto como autor como en la actividad docente, y puedo afirmar que me ha dado buenos resultados.

Este trabajo está dividido en cuatro partes. La primera, que ahora termina, pretende, a guisa de introducción, plantear la pregunta clave a la que se quiere contestar en el conjunto del trabajo. La segunda parte la dedicaré a contar, de forma abreviada, la fantástica historia de la vengativa diosa Eris, que nos dejó Hesiodo en su obra Teogonía. De este modo comprenderemos porque Schopenhauer calificó a la dialéctica con el término, erística. La tercera parte estará dedicada a recordar y resaltar el importante papel de la palabra en la comunicación, donde la dialéctica interviene con especial protagonismo. La última parte de este trabajo, la dedicaré a glosar y comentar los aspectos más interesantes del citado libro más arriba de Schopenhauer, Dialéctica erística.
(continua)

martes, 5 de enero de 2010

DIÁLOGO DE PLATÓN Y MARX SOBRE LOS MITOS

Desde la antigüedad grecolatina se nos ha dicho que la filosofía y la ciencia vinieron para acabar con los mitos. Los mitos nacieron como primer recurso del ser humano para explicarse la creación del mundo, el origen de los dioses, la aparición del ser humano, el origen de las cosas, del bien, del mal, la fundación de ciudades, el fin del mundo, etc.

La imaginación me permite enfrentar a dos personajes tan distantes en el tiempo. Aunque no tan diferentes en sus intenciones. Platón vivió entre los años 427 y 347 a.C., y Karl Marx entre los años 1818 y 1883. Puede parecer un capricho absurdo. Para mí es una necesidad. He de decir que no sé cuál puede ser el resultado de este invento, pero al igual que cualquier otro hombre trato de aclararme preguntas, en este caso, relacionadas con los mitos. Por un lado me encuentro con el “mito de la caverna” de Platón, y por otro con el mito de la “sociedad sin clases” de Marx.

A pesar del tiempo transcurrido entre los dos filósofos, ambos tan dialécticos, no parece que quisieran acabar con los mitos, mediante el uso de la razón, sino más bien demostrar, dialécticamente, que su particular mito era el bueno. Para no perderme, tendré que poner, de la forma más sintética posible, negro sobre blanco, los tortuosos caminos que recorren cada uno de los dialogantes. Ambos, con pretensiones de salvadores, tratan de “liberar al hombre de la esclavitud.”

El mito de la caverna aparece en el libro VII de “República” de Platón. Más que un mito parece una alegoría, o si se quiere una metáfora, sobre la situación en que se encontraba el hombre respecto al conocimiento. No voy a repetir aquí la historia del mito de Platón. No es el objetivo de esta experiencia. La historia del mito está al alcance de cualquiera en el citado libro más arriba. O también en abundantes páginas de la web. Mi interés está en tenerlo en cuenta como punto de referencia para el desarrollo de las ideas de Platón.

Para Platón su misión como filósofo era influir en la sociedad de su tiempo (como muchos años después lo hizo Marx aunque con intención antagónica a la de Platón) para que los hombres rompieran las ataduras que les sujetaban a la “realidad material del mundo”, que no son más que sombras chinescas sobre el fondo de la cueva del mito, y poder volar por las alturas donde residen las “ideas eternas.”

Platón pretende una sociedad perfecta, más justa, que será aquella en la que los que la dirijan sean los filósofos. Muchos siglos después a esto lo hemos llamado “despotismo ilustrado”. Pero hay más. En la república ideal de Platón todo debe estar subordinado “al bien común”. En la Revolución Francesa pretendieron crear una “ciudadanía virtuosa” a base de guillotina que trabajando a destajo, eliminaba a los que se negaban a recibir la gracia ciudadana, en la Plaza de la República, hoy llamada de La Concordia. ¡Qué ironía! Aquí tenemos ya la utopía del orden perfecto. Muchos de los que vivimos en 2.010 sabemos, por la historia y por triste experiencia, que tal cosa no existe en ninguna parte. Parece mentira, pero después de tantos siglos resulta angustioso comprobar que todavía media humanidad se enfrente a la otra mitad para imponerle ideas tan trilladas. Debe ser la sempiterna magia de la palabra utopía.

No se puede negar que a Platón se esforzó en encontrar la verdad. Y desde entonces los filósofos no han dejado de buscarla, aunque algunos lo hicieran utilizando añagazas dialécticas que ciertamente son un “arte” con el que, en ocasiones, se consigue tener razón sin tenerla. Aristóteles, alumno de Platón, discrepó de su maestro en cuanto a las pretensiones de la dialéctica respecto a la búsqueda de la verdad. Porque, ¿cómo podemos reconocer la verdad? ¿Qué es la verdad?

Frente al mito de la caverna de Platón, Karl Marx escribió, casi 23 siglos después, su gran mito Manifiesto del partido comunista. Una obra soberbia de la literatura subversiva con una influencia impresionante sobre la humanidad, por la que ya han muerto millones de personas en el pasado y aún en nuestros días. Lo normal en los escritos de los filósofos ha sido tratar de desentrañar los misterios del mundo, de la humanidad, de las cosas de manera desinteresada. Pero en el caso de Marx, como el de Platón, como ya hemos visto anteriormente, pretendían influir de manera decisiva en la organización de la sociedad combatiendo la tiranía. Marx despreciaba las filosofías que no tenían “efectos prácticos directos”.

Este ensayo no pretende crear una nueva filosofía. No soy filósofo, tan sólo un economista que piensa y observa. Por esta razón no pretendo profundizar en las raíces hegelianas del pensamiento de Marx. Tan sólo constatar que Marx, incluso como alumno de Hegel, puso boca abajo la dialéctica de su maestro. Nada de que sea la Idea la que mueva la dialéctica universal. Es la materialidad del ser humano manifestada por su desasosiego por sus relaciones sociales, laborales, económicas, técnicas, la que determina lo que los seres humanos van a admirar, van a creer, van a pensar, en definitiva, filosóficamente. Es decir, lo que mueve la dialéctica universal no es la Idea, sino la Materia, lo que inexorablemente lleva a seres humanos al enfrentamiento de unos contra otros, a luchas por el poder. Nada debe interponerse en el proceso que conduzca a la realización de la futura sociedad sin clases, sin jerarquías sociales en las que participarán las clases subordinadas, donde todos serán propietarios de lo común.

La influencia del comunismo marxista ha sido descomunal en los países en los que triunfó. Lo peor, que “se convirtió en una justificación ideológica de dictaduras sanguinarias que acaban con las libertades sin propiciar realmente la justicia ni el desarrollo social”. (Historia de la filosofía, Fernando Savater, pag. 215. Edit. Espasa Calpe, Madrid 2009)

Ambos, Platón y Marx, crearon filosofías con las que pretendían influir en la organización de la sociedad de su tiempo. Ambos pretendían liberar a los hombres de las cadenas que les sujetaban a la tiranía. Pero para ello escogieron caminos antagónicos. Platón quería que los hombres se liberaran de las cadenas que les ataban a la realidad material del mundo para que fuesen capaces de ver las “ideas eternas”, porque “las cosas transitorias que nos rodean son meros reflejos perecederos” (F. Savater op. citada). Esas cosas transitorias son las sombras que representan la realidad material que veían los hombres en el mito de la caverna ideado por Platón como método pedagógico.

Por su parte, Marx utilizó el materialismo dialéctico para influir en la sociedad con una intención contraria, antagónica, a la que utilizó Platón. Marx glorificó de forma radical, precisamente, la condición material de la vida humana. Para Marx no existe otra cosa que determine lo que los hombres van a pensar filosóficamente que la lucha de clases, las relaciones laborales, la economía, la tecnología. Nada de Ideas, sino la Materia que necesariamente llevan a la lucha por el poder.

En una cosa sí coinciden Platón y Marx. En quién tiene que dirigir la sociedad para alcanzar esa sociedad perfecta, justa. Para Platón serán los que tengan mayor capacidad racional los encargados del mantenimiento del orden. Y esos no pueden ser otros que los filósofos, los comerciantes, los artesanos. Y todo supeditado al “bien común”. Incluso Platón se percató en su tiempo de la importancia de controlar a los intelectuales y a los músicos. Para Marx la dirección tiene que recaer, también, en los intelectuales, los científicos, los artistas del Partido. Platón y Marx coinciden en que todas las ideas deben estar orientadas a glorificar al Estado. La hegemonía es, para estos filósofos, el ejercicio de las funciones de dirección intelectual y moral unida a aquella del dominio del poder político.

Gramsci (1891-1937), el gran teórico de la intelligentsia marxista-comunista italiano, dejó una frase lapidaria que ayuda a comprender por qué la izquierda le presta tanta atención al lobby titiritero de la ceja y asimilados: “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ‘orgánicos’ infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios.” Especial atención le dedica Gramsci a los periodistas: “Los periodistas, que retienen ser literatos, filósofos, artistas retienen también ser los verdaderos intelectuales”, mientras modernamente es la formación técnica la que sirve para formar la base del nuevo tipo de intelectuales, un “constructor, organizador, persuasor”, que debe llegar “de la técnica-trabajo a la técnica-ciencia y a la concepción humano-histórica, sin la cual permanece especialista y no se vuelve dirigente”.

Finalmente esto es lo que ha resultado de este ensayo de “diálogo” sorprendente entre dos grandes filósofos a través de los siglos. Sin duda, von Mises tenía razón cuando dijo: “La base de todo dominio de poder es, la ideología.” Fin del dialogo fantástico.