Mostrando entradas con la etiqueta Schopenhauer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Schopenhauer. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de febrero de 2010

Diosa ERIS despliega su larga sombra por milenios (I)






Anverso y reversos del Gran Sello de Estados Unidos


Los Illuminati

Después de la pausa temática, impuesta por el inesperado proyecto de ley de las ministras feministas, “Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva” –o sea, Cibersexo-, orientado a darle una vuelta de tuerca más al radicalismo feminista coordinado y dirigido por Elena Valenciano, que no deja de recibir abundante nutrición privilegiada de miles de euros de todos los organismos del estado e instituciones afines, para potenciar su lobby “Fundación Mujeres” –última operación, Mujeres emprendedoras de España y África-, a pesar de la que está cayendo, reintroduzco en el blog la serie dedicada a la diosa Eris, cuya adoración, después de milenios, está en auge en los últimos años.

Como recordarán los lectores de este blog, había dedicado cuatro posts a deliberar sobre Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. Dentro de la serie, en el capítulo II, presenté a la diosa Eris, con el propósito de argumentar porqué Schopenhauer utilizó el calificativo de erística en el título de su libro, Dialéctica erística. Como dije en el capítulo IV, el libro de Schopenhauer, además de desacreditar a la dialéctica como arte de pretender tener razón sin tenerla, entra en conflicto con numerosos colegas filósofos. Hegel explicaba su dialéctica como algo que no tenía nada que ver, en absoluto, con la dialéctica clásica y que según Schopenhauer se basaba en absurdos que no contenían base real alguna. Contra esa dialéctica hegeliana se iría afianzando en la mente de Schopenhauer una visión de la Dialéctica en un sentido mucho más aristotélico. Kant y Aristóteles, mucho más realistas que Platón, supieron desenmascarar el verdadero espíritu de la Dialéctica, considerándola como arte de la apariencia.

Nunca me podía imaginar que al tirar del hilo de la madeja de la diosa griega Eris, la de la Discordia romana, me iba a encontrar, en nuestro tiempo, tantos adoradores políticos, escritores, seguidores que abiertamente, no sólo disfrutan viendo el desorden, el caos existente en tantos aspectos de nuestro mundo, sino que son activistas ejecutores. La sorpresa ha sido que Eris ha sido adoptada, en nuestro tiempo, como la diosa madre de la moderna religión Discordiana, el Discordianismo, fundada en 1959 por Greg Hill. Esta religión reconoce el caos y la discordia como cualidades deseables, en contrastes con la mayoría de las religiones que idealizan la armonía y el orden. Esta religión ganó popularidad con una novela de Robert Anton Wilson titulada The Illuminatus Trilogy (1975).

Es decir, al revuelo del capote, como se suele decir, han salido varios temas intrigantes, complementarios con lo tratado sobre la Dialéctica, que han despertado mi interés, sobre los que me propongo curiosear. No hacerlo sería como dejar flecos enredosos. Entre esos flecos a inspeccionar he elegido los dos que más me han llamado la atención: Los Illuminati y el Discordianismo.

Dada la extensión que impone la complejidad del asunto a tratar, lo presentaré dividido en dos capítulos. Este primero lo dedicaré a exponer sobre la secta secreta de los Illuminati y dejaré para el segundo la religión Discordiana.

Los Illuminati

Antes de adentrarnos en este asunto conviene aclarar que los Illuminati no deben confundirse con Los Alumbrados españoles que fue un movimiento religioso, digamos, una secta mística, que se desarrolló por el centro de Castilla por los años 1511 –más de dos siglos antes que los Illuminati-, que fue perseguida e incluso relacionada con el protestantismo. Hubo muchos sospechosos, entre los que figuró Teresa de Ávila.

Los Illuminati o los Iluminados, en español, es una sociedad secreta fundada en Baviera (Alemania), en 1776, por un tal Adam Weishaupt. El propósito de Weishaupt era derrotar a todos los gobiernos y reinos del mundo, a todas las religiones. En su lugar implantaría un Nuevo Orden Mundial basado en un sistema internacionalista. Además tendrían una moneda única y una religión universal. ¿Una especie de cienciología a lo Tom Cruise? Lo que esperaban el fundador de esta sociedad secreta y sus seguidores era que la ciudadanía –para mí este es un concepto gregario, lo contrario que ciudadano- alcanzase la perfección. También lo pretendieron los revolucionarios franceses, de modo que el que no aceptase la reglas revolucionarias lo guillotinaban en la plaza de la Revolución, hoy conocida como de La Concordia. Guillotina a destajo. Fueron centenares de víctimas.

Lo estudiosos de los Illuminati afirman que tenían seis metas para alcanzar a largo plazo. Abreviadamente eran los siguientes:

Derrocar todas las monarquías constituidas según el antiguo régimen.
Suprimir la propiedad privada con el propósito de que desaparezcan las clases sociales.
• Como complemento de la anterior suprimir los derechos de herencia.
• Con objeto de alcanzar el objetivo básico de esta sociedad secreta de implantar un gobierno mundial y el consiguiente control internacional, era necesario aniquilar el concepto de patriotismo y nacionalismo.
• Para garantizar que los objetivos anteriores se cumplan consideraban que era necesario acabar con la institución de la familia tradicional y clásica.
• Está claro que cualquier religión sería un peligroso obstáculo para desarrollar sus objetivos. Aunque se centraron especialmente en la destrucción de la Iglesia Católica Apostólica Romana. En definitiva sería obligatorio que la ciudadanía fuera atea. No confundir con estado laico. No religions, o sea, el objetivo final del laicismo.

Apostaría que después de haber leído lo dicho más arriba, algunos pensaran que, en la actualidad, algunas sociedades e incluso algunos regímenes autoproclamados democráticos que son de facto sucesores históricos de los Illuminati de 1776. Quiero añadir una anécdota personal a propósito de los fines de la secta de los Illuminati. Al principio cuando oía el Imagine de Lenon, me quedaba extasiado. No pensaba en la letra. Ahora, todavía, mucha gente tampoco. Después fui cayendo en la cuenta de que esta utópica letra de bellísima música, podría ser declarada himno oficial de los Illuminati. ¿No han pensado nunca en esta posibilidad? Concentrasen en la letra, y si les es posible, no presten atención a la música.

El curioso símbolo de los Illuminati

Novus ordo seclorum. Significa nuevo orden de las eras (o siglos). Aparece en el reverso del Gran Sello de Estados Unidos desde 1782 –reproducido en la cabecera de este post-, así como en los billetes de un dólar estadounidense desde 1935, al pie de una pirámide truncada. La frase está tomada de la cuarta égloga de Virgilio:

Ya viene la última era de los Cumanos versos:
Ya nace de lo profundo de los siglos un gran orden.
Y vuelve la Virgen, vuelven los reinados de Saturno;
Ya desciende del alto cielo una nueva progenie.


Además, por encima de la leyenda comentada basada en Virgilio, figura otra leyenda con el siguiente texto: “Annuit Coeptis, que se podría traducir como [Él] aprueba [nuestro] comienzo.

Centrémonos en la pirámide inacabada sobre la que aparece el ojo radiante que todo lo ve. Aquí también todo son simbolismos. La pirámide está inspirada en la Gran Pirámide egipcia. Según el creador del escudo, Charles Thompson (1782), la pirámide significa fuerza y duración. Si nos fijamos en la pirámide truncada –Estados Unidos inacabados- del citado Gran Sello americano, son trece el número de capas de piedra que se aprecian. Según algunos significa 13 años. ¿O las trece colonias? Por último nos queda hablar del ojo que todo lo ve. Se trata del ojo radiante de la Providencia. Hay que decir que no tiene origen judeo-cristiano y no aparece en la Biblia. Posiblemente tenga más que ver con El Gran Arquitecto del Universo de los francmasones.

En el anverso del Gran Sello de Estados Unidos aparece un águila calva que lleva en una pata una rama de olivo con 13 hojas y 13 olivas, en la pata izquierda lleva 13 flechas (símbolo de guerra), sobre su pecho se ve un escudo con 13 barras verticales, un lema con 13 letras que dice, “E Pluribus Unum”, o sea, de muchos, uno. Y finalmente, sobre su cabeza, figuran 13 estrellas que forman la estrella de David, signo de Israel.

Los Illuminati tuvieron mucho éxito. No les faltaron notables colaboradores. Se extendieron por Alemania, Austria, Hungría, Suiza, Francia, Italia. Reclutaron gran número de filósofos, artistas, políticos banqueros, etc. Animado por el gran éxito, Weishaupt, el fundador citado, decidió infiltrarse en la masonería para unificar todas las ramas existentes y controlarlas bajo su autoridad. Pero la rama masónica de los Swedenborg se opusieron firmemente, por lo que fracasó la maniobra de los Illuminati. Además Weishaupt sufrió los ataques de los masones de Inglaterra. Weishaupt le replicaba diciendo que la Logia de Londres estaba formada por clérigos protestantes profanos en las leyes y normas de la masonería y sin documentación que les acreditara.

En los últimos años se han publicado numerosos libros que han divulgado toda clase de intrigas y conspiraciones sobre los Illuminati. Entre los más conocidos se pueden citar Trilogía-illuminati de Robert Shea; El péndulo de Foucault de Umberto Eco; Ángeles y demonios de Dan Brown. Pero en realidad desde hace años han circulado y circulan aún estudios aparentemente bien documentados sobre las conspiraciones de los Illuminati en grandes acontecimientos de la historia. Porque hay que señalar que esta secta secreta subsistió a pesar de su prohibición, infiltrada en la masonería. A los masones, con los Illuminati o no, se les hace culpables de la Revolución Francesa, las Guerras Mundiales, los atentados del 11-S de 2001, así como de las guerras de Afganistán e Irak.

Una de las más intrigantes conspiraciones de los Illuminati es la que tiene que ver con la Revolución Francesa. En 1786, el escritor Enrst August von Göchhausen escribió un libro titulado “Revoluciones sobre el sistema político cosmopolita”, en el que denuncia una conspiración masónica-illuminati-jesuita, en la que predecía “inevitable revoluciones mundiales”, tres años antes de la revolución francesa. Curiosamente, el sacerdote jesuita francés Agustín Barruel y el escocés John Robinson, intentaron demostrar, sin ponerse de acuerdo, que independientemente del desastre económico y social del reinado francés de Luis XVI -situaciones nada infrecuentes de los reinados europeos-, el hecho determinante que puso en marcha el proceso revolucionario francés, fue un plan detalladamente planificado años antes de su estallido.

Los dos autores coinciden en una serie de cosas significativas. Un clima cultural apropiado que alimentase las fuerzas conductoras, con especial relevancia con los años del enciclopedismo y la ilustración, que era un movimiento de pensamiento iluminista. Un grupo de dirigentes y agitadores que se encargasen de movilizar las masas. La prueba de que todos los ideólogos, dirigentes políticos de la Revolución Francesa, sin excepción, fueron francmasones. Sería muy prolijo detallar aquí las pruebas con la lista de los personajes implicados. En resumen, lo que dichos autores, entre otros, pretendían probar, es que, independientemente de que estuvieran implicados o no los Illuminati, fueron los francmasones del siglo XVIII los que desarrollaron la revolución.

Para terminar con esta parte, comentar un hecho curioso, entre otros muchos, digno de mención. Me refiero a la tablilla que recoge, en un díptico, el Preámbulo y los XVII puntos de los derechos del hombre. En lo más alto del cuadro aparece, dentro de un triángulo, el ojo radiante que todo lo ve. Como es sabido uno de los objetivos fundamentales de los dirigentes revolucionarios era que llegase a ser la República de la Virtud. Sobre el método para lograrlo Robespierre dijo, “la virtud sin el terror no vale nada”.

jueves, 28 de enero de 2010

Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. (y IV)

El arte de tener razón, sin tenerla

El libro que me propongo glosar, como ya he manifestado en la primera parte de este trabajo, Dialéctica Erística (en adelante DE) lo escribió Schopenhauer (en adelante Sch) entre los años 1830-31 cuando tenía 42 años de edad. El libro, además de desacreditar a la dialéctica como arte de pretender tener razón sin tenerla, entra en conflicto con numerosos colegas filósofos, contiene la recopilación de 38 estratagemas o ardides. En definitiva, trucos dialécticos, que son desleales, engañosos, utilizados en las discusiones, cuando uno de los contrincantes desea que prevalezcan sus tesis y opiniones propias sobre las del adversario, aun sabiendo que estas son absurdas. Por tanto, se utilizan para tener razón a toda costa, cueste lo que cueste, sea lícito o ilícito.

La maldad, la improbidad innata que caracteriza al género humano, es el fundamento que descansa en el hecho de que dos o más personas utilicen argumentos capciosos o desleales en las discusiones, puesto que, ninguna de ellas, será capaz de discutir por mor de de la verdad y ceder la razón al adversario, cuando la tenga.

Orgullo personal, tozudez, prepotencia, características esenciales del género humano, que ocasionan verdaderas batallas campales en las que, frecuentemente, no es la verdad la que cuenta, sino la prevalencia y el señorío personales

La DE en el fondo toca temas relacionados con la lógica y el funcionamiento de la mente humana. Hegel explicaba su dialéctica como algo que no tenía nada que ver, en absoluto, con la dialéctica clásica y que según Sch se basaba en absurdos que no contenían base real alguna. Contra esa dialéctica hegeliana se iría afianzando en la mente de Sch una visión de la Dialéctica en un sentido mucho más aristotélico. Kant y Aristóteles, mucho más realistas que Platón, supieron desenmascarar el verdadero espíritu de la Dialéctica, considerándola como un arte de la apariencia.

Sch redujo la Dialéctica a una mera técnica estratégica de supervivencia intelectual, por la que la verdad no era ya un objetivo final, sino una más de las apariencias y engaños utilizados para destruir los argumentos del oponente.

La obra de Sch que estoy comentado está muy acorde con el elitismo del que siempre hizo gala este autor. Hay que recordar que su discípulo más directo fue Friedrich Nietzsche.

Sch manifiesta que su escritor predilecto es el filósofo Gracián, del que dice que ha leído todas sus obras, entre las que destaca El Criticón que considera “el libro más maravilloso del mundo”.

Sch no busca ampliar una metafísica fundada, más o menos rigurosamente, en principios abstractos, sino una sabiduría de la vida, aguijoneada por la discordancia. En el marco de esta idea se sitúa el tratado de Sch sobre la erística o el arte de tener razón, en el sentido de sabiduría de la vida, lo que refleja la indudable influencia del arte y prudencia de Gracián. Es decir Sch pertenece a este grupo de filósofos que se apasionan por la mundología o por la filosofía mundana. Es decir, filosofía de carácter práctico, no especulativa.

Como Gracián, Sch supo llegar con sus escritos, también, al hombre común. El pragmatismo triunfaba tras tanta bufonada. Sch llegó a ser el filósofo más famoso de finales del siglo XIX. Hegel y los idealistas habían sido olvidados hace ya tiempo.

Las astucias, ardides y bajezas a las que se recurre, con el propósito de tener razón, son tantas y variadas, y se repiten con tanta regularidad, que permitieron a Sch hacer una interesante recopilación de 38 estratagemas que figuran en el libro comentado sobre el que se centran los comentarios y opiniones de este trabajo.

El propósito de la DE, según Sch, no es el de que alguien tenga razón objetiva en un asunto, sino el de que al final de la discusión se la otorgue, ya sea bien porque efectivamente la tiene, o bien porque haya sido muy hábil en su defensa y la haya obtenido sin tenerla.

Sería un error entender el tratado de DE como un manual de discusión. Más bien se la considera como una pequeña guía para desenmascarar las argucias y las falacias argumentativas de quienes discuten con nosotros, o de aquellos a quienes observamos en discusión con otros.

Lo que pretende demostrar Sch es que la DE es el arte de discutir para tener razón tanto lícita como ilícitamente. Los antiguos usaron tanto la Lógica como la Dialéctica como sinónimos. Aristóteles colocó juntas a la retórica y a la dialéctica, cuyo propósito es la persuasión. Aristóteles distingue, primero, la lógica o analítica como la teoría o la instrucción para obtener los silogismos verdaderos, y en segundo lugar a la Dialéctica como la instrucción para obtener los silogismos probables, los que corrientemente se tienen por verdaderos.

Todo el mundo tiene su propia dialéctica natural. También tiene su propia lógica innata. Una persona, corrientemente, no muestra carencia de lógica natural, en cambio sí falta de dialéctica. Esta última es un don natural desigualmente repartido.

Hay, pues, una serie de estrategias, que al ser independientes del hecho de que se tenga razón objetiva, pueden ser utilizadas también, cuando objetivamente no se tiene razón. Por tanto, lo que pretende Sch es diferenciar la Dialéctica de la lógica, mucho más sutilmente de cómo lo hizo Aristóteles, es decir, dejar a la lógica como referida a la verdad objetiva, y dejar a la Dialéctica como al arte de tener razón.

Para definir concisamente qué es la dialéctica habrá de considerársela despreocupándose definitivamente de la verdad objetiva, que es asunto de la lógica. La Dialéctica como tal debe enseñar únicamente cómo podemos defendernos contra ataque de cualquier tipo, especialmente contra los desleales y evidentemente como podemos atacar lo que el otro expone, sin contradecirnos y lo más importante, sin que seamos refutados.

Por eso, en la Dialéctica hay que dejar a un lado la verdad objetiva y considerarla como algo accidental y simplemente no ocuparse más que de cómo defender las afirmaciones propias y cómo invalidar las del otro.

Con frecuencia uno mismo no sabe si tiene razón o no. A veces cree tenerla y se equivoca. La función de la Dialéctica es la misma que la del maestro de esgrima que no repara en de quién es la razón en la riña que condujo al duelo. Atacar y parar es lo único que cuenta, como en la Dialéctica, que es una esgrima intelectual. Si nuestro objetivo es mostrar la validez de proposiciones falsas, no tendremos más que pura sofística. Por tanto una acertada definición de lo que es la dialéctica sería que es una esgrima intelectual para tener razón en las discusiones.

Lo esencial de toda discusión es saber lo qué sucede. Si un adversario nos ha propuesto una tesis, para refutarla existen dos modos y dos vías. Los modos son los siguientes: ad rem, con referencia a la cosa, y ad hominem, con referencia a la persona con la que se discute. En cuanto a las vías, son también dos: refutación directa y refutación indirecta. La directa muestra que la tesis no es verdadera. La indirecta que no puede ser verdad.

Protágoras fue el que dijo que el dominio de la palabra permite poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles. Gorgias decía que con las palabras se puede envenenar y embelesar. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad, sino de los intereses del que habla. Antes de Platón ya, llamaban a este arte “conducción de almas”. Posteriormente incluso Platón fue más duro y lo definió como “captura de almas”.

En toda discusión o argumentación, en general, hay que estar de acuerdo, a modo de principio, en algo sobre lo cual podamos coincidir al juzgar el asunto en cuestión. Es decir, con quien niega los principios no puede discutirse (contra negatem principia non est disputandum). O dicho de otro modo, una persona docta en una materia, debe de abstenerse de discutir con quienes no lo sean, pues no puede utilizar contra estos sus mejores argumentos, que carecerán de validez ante la falta de conocimientos de sus oponentes. Sobre esta cuestión Goethe decía:

• “Nunca, incauto, te dejes arrastrar a discusiones; que el sabio que discute con ignaros expónese a perder también su norte.”

Y peor aún, si al adversario le falta ingenio o inteligencia, se sentirá enseguida herido en su parte más sensible y quien discuta con él notará enseguida que ya no lo hace contra su intelecto, sino contra lo radical del ser humano. De ahí que su mente no se ocupe de otra cosa más que de las astucias, ardides y toda clase de engaños hasta que, agotado, acabe por recurrir a la grosería.

Así pues, y para terminar, la segunda regla que podemos sacar para nuestro beneficio de estas reflexiones es, que no se debe discutir con personas de inteligencia limitada. Las astucias, ardides y bajezas a las que se recurre con el propósito de tener razón son tantas y tan variadas, que todo lo que saquemos de una discusión -que no conversión- de este género sea un terrible dolor de cabeza, malestar y subida de tensión.

martes, 12 de enero de 2010

Dialéctica, amiga o enemiga de la verdad. (I)

¿Es la dialéctica el camino que conduce a la verdad?

En mi post anterior, en el que enfrenté imaginariamente a Platón con Marx, a guisa de vidas paralelas, quedó flotando a lo largo de todo el texto una palabra con mucha enjundia como es, Dialéctica. El hecho es que desde los primeros tiempos de la filosofía - no sabría decir si incluso con los presocráticos-, los filósofos no han dejado de darle vueltas a su significado, utilidad, valoración. Posiblemente sea la palabra que más veces sale en la mayoría de los tratados de filosofía. Siempre ha sido motivo de discusión; el desacuerdo ya empezó con Aristóteles y su maestro Platón.

Los políticos de izquierda suelen estar bien entrenados en la materia y saben sacar partido a la cuestión. Baste con ver en las tertulias, ahora tan abundantes en las nuevas TV temáticas de la red TDT, como los representantes de cupo de la izquierda actúan como verdaderas tanquetas que arrollan a los considerados de derechas, salvo honrosas excepciones. En general aquellos dominan las técnicas del debate con habilidad. La cuestión que quiero plantear es: ¿es la dialéctica el camino que conduce a la verdad?

La cuestión empezó a interesarme especialmente hará unos diez años, cuando cayó en mis manos un tratado u opúsculo de Arthur Schopenhauer (1788-1860) que nunca destinó al público, que se encontró entre el legajo de anotaciones que dejó el filósofo, por lo que, a pesar de formar una obra acabada en sí misma, carece de de una revisión definitiva. Tampoco recibió un título expreso, aunque su autor se refería a su trabajo como Eristische Dialektik. La primera edición en lengua española, según creo, es del año 1997, con el título Dialéctica erística o el arte de de tener razón, expuesta 38 estratagemas, de la editorial Trotta. La edición que yo leí es del año 2000, de unas cien páginas, está traducida por Luis Fernando Moreno Marcos Claros, autor de una esclarecedora introducción.

En varias ocasiones le oí decir a Rafael Termes que la mejor manera de aprender algo era obligarse a escribir sobre el particular y explicárselo a los demás. No han sido pocas las veces que me he aplicado el cuento, tanto como autor como en la actividad docente, y puedo afirmar que me ha dado buenos resultados.

Este trabajo está dividido en cuatro partes. La primera, que ahora termina, pretende, a guisa de introducción, plantear la pregunta clave a la que se quiere contestar en el conjunto del trabajo. La segunda parte la dedicaré a contar, de forma abreviada, la fantástica historia de la vengativa diosa Eris, que nos dejó Hesiodo en su obra Teogonía. De este modo comprenderemos porque Schopenhauer calificó a la dialéctica con el término, erística. La tercera parte estará dedicada a recordar y resaltar el importante papel de la palabra en la comunicación, donde la dialéctica interviene con especial protagonismo. La última parte de este trabajo, la dedicaré a glosar y comentar los aspectos más interesantes del citado libro más arriba de Schopenhauer, Dialéctica erística.
(continua)