Desde la antigüedad grecolatina se nos ha dicho que la filosofía y la ciencia vinieron para acabar con los mitos. Los mitos nacieron como primer recurso del ser humano para explicarse la creación del mundo, el origen de los dioses, la aparición del ser humano, el origen de las cosas, del bien, del mal, la fundación de ciudades, el fin del mundo, etc.
La imaginación me permite enfrentar a dos personajes tan distantes en el tiempo. Aunque no tan diferentes en sus intenciones. Platón vivió entre los años 427 y 347 a.C., y Karl Marx entre los años 1818 y 1883. Puede parecer un capricho absurdo. Para mí es una necesidad. He de decir que no sé cuál puede ser el resultado de este invento, pero al igual que cualquier otro hombre trato de aclararme preguntas, en este caso, relacionadas con los mitos. Por un lado me encuentro con el “mito de la caverna” de Platón, y por otro con el mito de la “sociedad sin clases” de Marx.
A pesar del tiempo transcurrido entre los dos filósofos, ambos tan dialécticos, no parece que quisieran acabar con los mitos, mediante el uso de la razón, sino más bien demostrar, dialécticamente, que su particular mito era el bueno. Para no perderme, tendré que poner, de la forma más sintética posible, negro sobre blanco, los tortuosos caminos que recorren cada uno de los dialogantes. Ambos, con pretensiones de salvadores, tratan de “liberar al hombre de la esclavitud.”
El mito de la caverna aparece en el libro VII de “República” de Platón. Más que un mito parece una alegoría, o si se quiere una metáfora, sobre la situación en que se encontraba el hombre respecto al conocimiento. No voy a repetir aquí la historia del mito de Platón. No es el objetivo de esta experiencia. La historia del mito está al alcance de cualquiera en el citado libro más arriba. O también en abundantes páginas de la web. Mi interés está en tenerlo en cuenta como punto de referencia para el desarrollo de las ideas de Platón.
Para Platón su misión como filósofo era influir en la sociedad de su tiempo (como muchos años después lo hizo Marx aunque con intención antagónica a la de Platón) para que los hombres rompieran las ataduras que les sujetaban a la “realidad material del mundo”, que no son más que sombras chinescas sobre el fondo de la cueva del mito, y poder volar por las alturas donde residen las “ideas eternas.”
Platón pretende una sociedad perfecta, más justa, que será aquella en la que los que la dirijan sean los filósofos. Muchos siglos después a esto lo hemos llamado “despotismo ilustrado”. Pero hay más. En la república ideal de Platón todo debe estar subordinado “al bien común”. En la Revolución Francesa pretendieron crear una “ciudadanía virtuosa” a base de guillotina que trabajando a destajo, eliminaba a los que se negaban a recibir la gracia ciudadana, en la Plaza de la República, hoy llamada de La Concordia. ¡Qué ironía! Aquí tenemos ya la utopía del orden perfecto. Muchos de los que vivimos en 2.010 sabemos, por la historia y por triste experiencia, que tal cosa no existe en ninguna parte. Parece mentira, pero después de tantos siglos resulta angustioso comprobar que todavía media humanidad se enfrente a la otra mitad para imponerle ideas tan trilladas. Debe ser la sempiterna magia de la palabra utopía.
No se puede negar que a Platón se esforzó en encontrar la verdad. Y desde entonces los filósofos no han dejado de buscarla, aunque algunos lo hicieran utilizando añagazas dialécticas que ciertamente son un “arte” con el que, en ocasiones, se consigue tener razón sin tenerla. Aristóteles, alumno de Platón, discrepó de su maestro en cuanto a las pretensiones de la dialéctica respecto a la búsqueda de la verdad. Porque, ¿cómo podemos reconocer la verdad? ¿Qué es la verdad?
Frente al mito de la caverna de Platón, Karl Marx escribió, casi 23 siglos después, su gran mito Manifiesto del partido comunista. Una obra soberbia de la literatura subversiva con una influencia impresionante sobre la humanidad, por la que ya han muerto millones de personas en el pasado y aún en nuestros días. Lo normal en los escritos de los filósofos ha sido tratar de desentrañar los misterios del mundo, de la humanidad, de las cosas de manera desinteresada. Pero en el caso de Marx, como el de Platón, como ya hemos visto anteriormente, pretendían influir de manera decisiva en la organización de la sociedad combatiendo la tiranía. Marx despreciaba las filosofías que no tenían “efectos prácticos directos”.
Este ensayo no pretende crear una nueva filosofía. No soy filósofo, tan sólo un economista que piensa y observa. Por esta razón no pretendo profundizar en las raíces hegelianas del pensamiento de Marx. Tan sólo constatar que Marx, incluso como alumno de Hegel, puso boca abajo la dialéctica de su maestro. Nada de que sea la Idea la que mueva la dialéctica universal. Es la materialidad del ser humano manifestada por su desasosiego por sus relaciones sociales, laborales, económicas, técnicas, la que determina lo que los seres humanos van a admirar, van a creer, van a pensar, en definitiva, filosóficamente. Es decir, lo que mueve la dialéctica universal no es la Idea, sino la Materia, lo que inexorablemente lleva a seres humanos al enfrentamiento de unos contra otros, a luchas por el poder. Nada debe interponerse en el proceso que conduzca a la realización de la futura sociedad sin clases, sin jerarquías sociales en las que participarán las clases subordinadas, donde todos serán propietarios de lo común.
La influencia del comunismo marxista ha sido descomunal en los países en los que triunfó. Lo peor, que “se convirtió en una justificación ideológica de dictaduras sanguinarias que acaban con las libertades sin propiciar realmente la justicia ni el desarrollo social”. (Historia de la filosofía, Fernando Savater, pag. 215. Edit. Espasa Calpe, Madrid 2009)
Ambos, Platón y Marx, crearon filosofías con las que pretendían influir en la organización de la sociedad de su tiempo. Ambos pretendían liberar a los hombres de las cadenas que les sujetaban a la tiranía. Pero para ello escogieron caminos antagónicos. Platón quería que los hombres se liberaran de las cadenas que les ataban a la realidad material del mundo para que fuesen capaces de ver las “ideas eternas”, porque “las cosas transitorias que nos rodean son meros reflejos perecederos” (F. Savater op. citada). Esas cosas transitorias son las sombras que representan la realidad material que veían los hombres en el mito de la caverna ideado por Platón como método pedagógico.
Por su parte, Marx utilizó el materialismo dialéctico para influir en la sociedad con una intención contraria, antagónica, a la que utilizó Platón. Marx glorificó de forma radical, precisamente, la condición material de la vida humana. Para Marx no existe otra cosa que determine lo que los hombres van a pensar filosóficamente que la lucha de clases, las relaciones laborales, la economía, la tecnología. Nada de Ideas, sino la Materia que necesariamente llevan a la lucha por el poder.
En una cosa sí coinciden Platón y Marx. En quién tiene que dirigir la sociedad para alcanzar esa sociedad perfecta, justa. Para Platón serán los que tengan mayor capacidad racional los encargados del mantenimiento del orden. Y esos no pueden ser otros que los filósofos, los comerciantes, los artesanos. Y todo supeditado al “bien común”. Incluso Platón se percató en su tiempo de la importancia de controlar a los intelectuales y a los músicos. Para Marx la dirección tiene que recaer, también, en los intelectuales, los científicos, los artistas del Partido. Platón y Marx coinciden en que todas las ideas deben estar orientadas a glorificar al Estado. La hegemonía es, para estos filósofos, el ejercicio de las funciones de dirección intelectual y moral unida a aquella del dominio del poder político.
Gramsci (1891-1937), el gran teórico de la intelligentsia marxista-comunista italiano, dejó una frase lapidaria que ayuda a comprender por qué la izquierda le presta tanta atención al lobby titiritero de la ceja y asimilados: “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ‘orgánicos’ infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios.” Especial atención le dedica Gramsci a los periodistas: “Los periodistas, que retienen ser literatos, filósofos, artistas retienen también ser los verdaderos intelectuales”, mientras modernamente es la formación técnica la que sirve para formar la base del nuevo tipo de intelectuales, un “constructor, organizador, persuasor”, que debe llegar “de la técnica-trabajo a la técnica-ciencia y a la concepción humano-histórica, sin la cual permanece especialista y no se vuelve dirigente”.
Finalmente esto es lo que ha resultado de este ensayo de “diálogo” sorprendente entre dos grandes filósofos a través de los siglos. Sin duda, von Mises tenía razón cuando dijo: “La base de todo dominio de poder es, la ideología.” Fin del dialogo fantástico.