EL ACTO
El 28 de diciembre de 2008, los católicos se reunían nuevamente en la Plaza de Colón de Madrid, en la fecha en la que por su calendario tradicional celebran el día de los Santos Inocentes, pero también, por segundo año consecutivo, para festejar, con una Misa, la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Esta Sagrada Familia “constituye el referente que sirve de guía para seguidores cristianos: un varón, una mujer, un hijo, en comunión de fe, esperanza y amor.”
Según los reportajes que nos ofrecieron las distintas televisiones, la plaza de Colón y las calles adyacentes estaban repletas de católicos de Madrid y de algunas otras diócesis de España. Las diócesis que declinaron la invitación de Mons. Rouco Varela, convocante del acto, lo celebraron en sus propias diócesis. Según los convocantes al acto, asistieron más de un millón de personas. No hace falta decir lo que opinaron los que se sintieron molestos, o incluso los que se sintieron amenazados, que los hubo, a lo que parece.
Había gran expectación dado que, en la celebración del año pasado, no se convocó, como en esta ocasión, con una Misa, sino que entonces se produjeron diversas intervenciones de obispos, en las que además de resaltar los valores y virtudes de la familia cristiana, se le enviaron al Gobierno de ZP algunas críticas sobre su política de “libertades sociales” contrarias a la moral y a la ética católica. Fue definida por el Gobierno, sus partidos de apoyo y demás repetidores mediáticos, como un acto político. De la oposición no me acuerdo, pues uno tiene la impresión de que no se sabe dónde está. Quizá tengan complejo de “estar con los obispos.”
La definición más sutil que conozco de la retórica de la que tanto abusan, por estos tiempos, los políticos y ciertos “tertulianos”, pertenece a Octavio Paz: “Cantan los pájaros, cantan sin saber lo que cantan: todo su entendimiento es su garganta.” Dijo Pajín, tras la multitudinaria misa de Colón: "El PSOE es el que más ha hecho por la familia." Después de sorprenderme por la abrupta salida, lo primera impresión que tuve fue la de que Pajín había tenido una ataque de celos. O como si tuviera miedo de que le robaran su parroquia, valga la expresión. A fin de cuentas, Pajín es la secretaria de organización del partido gobernante.
Uno se pregunta, ¿Por qué esta salida frente al mensaje a los cristianos católicos que aspiran entrar en el Reino de los Cielos? Estamos ante las exuberancias de los combates dialécticos asimétricos: unos pastorean ciudadanía para el “Cesar”, y otros almas para un Reino que no es de este Mundo. Unos son camaradas y camarados, o compañeros y compañeras, según su dogma. Otros son hermanos y hermanas. La batalla por la conquista de adictos, ya se plantea hasta en los anuncios de los autobuses, del estilo de este: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y goza de la vida.” Así se están poniendo las cosas. Pero también hay que decir que, no hay nada nuevo bajo el sol.
No me voy a meter un berenjenal teológico que sé que me queda grande, pero si puedo repasar, sin trabas de mala conciencia como cualquier ciudadano, la homilía de Mons. Rouco Varela, para ver dónde pueden estar las causas del pique causante del ataque de celos. El acto empezó con la retrasmisión del Ángelus por el Papa, desde Roma –líder espiritual de una inmensa grey de unos 1.100 millones de almas, con más de 2.000 años de antigüedad. De cristianos, en total, habrá algo más de 1.700 millones. Por aquello de “los enemigos de mis enemigos, son mis amigos”, algunos se han apresurado a decir que los musulmanes ya son más que los cristianos. Así están las cosas.
No he echado números, ni falta que hace. Pero a simple vista se puede decir que, en términos anuales –para los puntillosos, en términos de magnitud flujo-, Pajín no tiene razón. A ver, y a riesgo de que me deje algunas en el tintero, repasemos a vuela pluma, las prestaciones de caridad –que significa “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”- de la Iglesia Católica: numerosos centros e instituciones de enseñanza, asistencia a “dependientes”, asistencia a mujeres maltratadas, asistencia sanitaria de todo tipo, numerosos comedores que desgraciadamente están resultando insuficientes en “la crisis”, albergues no solo para vagabundos y emigrantes de cualquier religión, asistencia a drogadictos, asistencia a discapacitados, albergues de verano para los menores, etc.
¿Cuánto nos imaginamos que puede significar en euros este apoyo a las familias cristianas o no? Desde luego, si incluimos la labor de la Iglesia española –porque hablamos de Gobierno de ZP vs. Iglesia Católica española- en el mundo entero, especialmente en África, Asia y América Latina por las familias, creyentes o no, las cuentas no le saldrían a Pajín. Obras son amores. Aún así, no es esa la cuestión que me interesa plantear, insisto, sino la de indagar en el porqué de la manifestación de celo, diría infantil dialéctica, de entrar al trapo del “yo soy más que tú”. ¿Acaso es la proyección del subconsciente respecto al concepto de sociedad laica a la que aspiran? ¿Estamos en el camino de la recreación del Estado endiosado con la ya vieja religión estatal laica?
Pongámonos quisquillosos y miremos con lupa cada una de las frases que pronunció Mons. Rouco Varela en la homilía de la Misa de las Familias, el día 28 de diciembre de 2008, día de los Santos Inocentes, para ver dónde está la provocación desafiante, causante de la celosa respuesta de Pajín. No creo que sea cosa de traer aquí el texto de la homilía del cardenal. Está al alcance de cualquiera en muy diferentes sitios de Internet. Incluso hay un medio periodístico que resaltó aquellas frases que podrían ser constitutivas de ataque al “Cesar”. El trabajo ya está hecho.
A mí no me parece que haya alguna frase que no pertenezca a la esencia de la Doctrina de Cristo desde hace milenios. ¿Qué otra cosa se puede decir para los cristianos católicos sobre la Sagrada Familia? Entonces, simplemente, el problema está en el acto en sí: ser una Misa Católica, a la que asistieron muchas personas. Si hubiera sido un fracaso de asistentes, no es difícil de imaginar cual hubiera sido el mensaje. Parece una broma, pero no lo es. Otra cosa es que los católicos españoles tengan que decir la misa según las normas que dicten los progres, que para eso “gobiernan”. En ese caso tiene toda la razón Mons. Antonio Cañizares: "Ninguna fuerza política nos ha de decir cómo hacer la misa”.
Yo soy de los que creen que la Iglesia no solo tiene derecho a dar a conocer en el foro de una democracia su doctrina, sino que no debe esconderse en las catacumbas -¡que error!-. Creo que ética y moralmente debe hacerlo, como lo ha hecho en distintas etapas de su larga vida histórica. No hace falta que haga aquí la lista de grupos, sectas, organizaciones que gozan de ese facilidad – por cierto algunos mensajes son repugnantes y de dudosa legalidad-
A continuación escojo, a vuela pluma, algunos testimonios de miembros de la Iglesia, o no, que se manifiestan, en el ejercicio de su derecho, sin miedo, con argumentos contundentes. Creo que el primer ejemplo lo podemos tomar del Cardenal Ratzinger. Se le entiende claramente: “No es misión del Estado traer la felicidad a la humanidad. Ni es competencia suya crear nuevos hombres. Tampoco es cometido del Estado convertir el mundo en un paraíso y, además, tampoco es capaz de hacerlo. Por eso, cuando lo intenta, se absolutiza y traspasa sus límites. Se comporta como si fuera Dios, convirtiéndose –como muestra el Apocalipsis– en una fiera del abismo, en poder del Anticristo.”
Durante un encuentro organizado en Jerusalén por el Camino Neocatecumenal, el cardenal dominico Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, ha arremetido contra los obispos del postconcilio por no haber defendido la "admirable encíclica Humanae Vitae" del Papa Pablo VI. Mons. Schönborn reprocha a esos obispos de lengua alemana el haber traicionado el verdadero sentido de la encíclica, dejando la última palabra a la conciencia de los fieles.
José Rodríguez Carballo, ministro general de los Franciscanos, visita estos días Valencia para preparar el VIII centenario de la orden, asegura que "la Iglesia no solo tiene el derecho sino el deber de proponer sus convicciones de fe" y que "habla contra el aborto porque no puede hacer otra cosa desde el Evangelio".
Eduardo Verástegui, actor y productor de cine, actor y productor de la galardonada película «Bella», dice: «Si todas las madres tuvieran el vientre de cristal, no matarían a sus bebés».
LA HISTORIA, MAESTRA
Es posible que muchas de las citas que se adjudican a Cicerón desbordaran su obra escrita. Pero de cualquier modo la siguiente que traigo a colación la encuentro muy acertada. Decía Cicerón: “La Historia es maestra de la verdad, testigo del pasado, aviso del presente, advertencia del porvenir”. Recurriré, pues, a la historia para argumentar sobre el viejo conflicto Estado vs. Religión, con lo que, además, me evito meterme en complicaciones teológico-políticas.
Desde los primeros momentos, el conflicto de parte de los cesarianos o partidarios del Estado sobre todo, quedó planteado. Sin embargo Cristo, reo de muerte, lo dejó bien delimitado: la primera en la frente: “A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”. En la siguiente, el resto: “Mi Reino no es de este Mundo”. No cabe mayor claridad. Pero, a pesar de todo, se sigue produciendo confusión.
Religión y Estado siempre se han observado con recelo, como no puede ser de otra manera –perdón por la retahíla-. Para no complicar la cosa no retrocederé más allá de Roma, aunque el modelo es universalmente válido –urbi et orbi-. Para Cesar, gran observador, el mayor peligro no eran las tribus rebeldes, sino los encargados de administrar la religión del Estado, los druidas, que no solo tenían el monopolio de la religión, sino también el de la instrucción –también, por razones de confianza, hacían de banqueros-. Como buen estratega, Cesar, sabía que el mayor peligro estaba en que los druidas se pusieran de acuerdo entre ellos y constituyesen el centro espiritual de una unidad nacional; por eso siempre procuró tenerlos a todos de parte de Roma. Y la cosa sigue a través de los siglos. Basta recordar aquello de los estatistas absolutos, o sea los que quieren todo poder para sí y, además, eliminar a la incómoda: “la religión es el opio del pueblo”. Ni Roma se atrevió a eliminarla totalmente, aunque sí a utilizarla.
Polibio no llegó a Roma por casualidad. Lo llevaron prisionero y una de las cosas que más le llamaron la atención al llegar a la Urbe, fue la “religión romana”. Escribió Polibio, con los ojos puros del extranjero recién llegado de Grecia: “La peculiaridad por la cual a mi juicio el Imperio Romano es superior a todos los demás, es la religión que en él se practica. Lo que en otras naciones sería considerado reprobable superstición, aquí en Roma, constituye los cimientos del Estado. Todo lo que le atañe se reviste de tal pompa y hasta tal punto condiciona la vida pública y privada, que nada podrá nunca hacerle la competencia. Creo que el Gobierno lo ha hecho a posta, para las masas. No sería necesario si un pueblo estuviese compuesto exclusivamente por gente ilustrada, pero para las multitudes, que siempre son obtusas y fáciles a las pasiones ciegas, es bueno que por lo menos exista el miedo para tenerlas sujetas.”
Durante mucho tiempo la Urbe, Caput mundi, albergaba libremente, no solo los dioses importados y adaptados en su denominación de Grecia, sino también los de todos los extranjeros que vivían en ella. A pesar de que, posiblemente, pasaban de 30.000 el número de dioses, no obstante convivían pacíficamente. En ese ambiente no resultaba chocante que los emperadores también decretasen que se les reconociera como dioses. Total, había tantos en el Olimpo que unos cuantos más no importaba.
Pero la cosa empezó a complicarse cuando aparecieron en escena los judíos y los cristianos, que por entonces parecían la misma cosa, al fin y al cabo monoteístas. Esa falta de acatamiento resultaba escandalosa, aunque trataron de apaciguar los ánimos que provocaba semejante deslealtad mediante una ley que les eximía de tal delito. Pero no pudo ser. Un tal Celso, analizó detenidamente la cosa y dijo que la negativa de adorar al emperador era, sin lugar a dudas, “negarse a someterse al Estado”, en el que la religión, la que fuera, no era otra cosa que un instrumento más. ¡No se podía tolerar que Cristo estuviera por encima del Cesar! Pero, sobre todo, que su moral estuviera por encima de la que emanaba del endiosado Estado.
Tertuliano –no me refiero a ningún periodista, de los que hablan de todo, como dioses-, le echó leña al fuego, proclamando que los cristianos tenían que obedecer a la Ley. Luego vino lo de Nerón, que no fue nada más que el principio y, aun hoy, hay muchas partes del mundo donde se persigue y martiriza a los cristianos; en Asia y África se les mata y en Europa se les denigra y ridiculiza. Ah, y en la ONU, los abortistas, hacen lo posible por expulsar a Santa Sede¡ Todos contra ellos!: programa TV La Noria, en el que Sopena, Iglesias y su acompañante transex se despacharon hasta que Jordi se sintió satisfecho y dio paso a los anuncios paganos, de pagar, ese llamativo espacio tan útil para engordar el share.
Sigo con la historia de la divinidad del Estado romano. Septimo Severo dijo aquello de: “bautizarse es un delito”. Y pasó el tiempo. Trajano se hizo el distraído, y el escéptico y admirado Adriano aceptaba un simple gesto de arrepentimiento. Pero a pesar de todo, la superstición fustigada salía a flote en cuanto se producía alguna catástrofe o incendio; ¡la culpa es de los cristianos! Y empezó la estadística de mártires, de la que no se libraron ni los Papas, y que no ha parado ni en nuestros días. “No lloréis a los mártires. Ellos son vuestra semilla”, dijo de manera despiadada, Tertuliano.
Sería muy largo de contar, como lo hacen las Actas de los mártires, donde se narran las distintas modalidades de martirio. Y así siguió, en Roma, hasta que llegó Constantino, que de un plumazo anuló el Edicto de Milán que “garantizaba la tolerancia de todas las religiones en pie de igualdad”, y de camino la persecución a los cristianos que ya predominaban demasiado.
Pero lo de Constantino en realidad fue un golpe de péndulo. La nueva religión “estatal” era la católica, haciendo obligatorio para todos los ciudadanos los preceptos del Sínodo. O sea, seguíamos lo mismo; el Estado seguía controlando la religión como un instrumento de poder. Y pasó el tiempo, y llegó Alarico, el supuesto aliado, pero realmente conquistador. Y se acabó Roma. Y empezó, digamos, la catástrofe, o sea, la Edad Media.
Pero ¿quién acabó con Roma, los de adentro o los de afuera? Algunos tendenciosos dicen que alguna culpa tuvieron los bárbaros, pero sobre todo los cristianos. Sobre esto comparto la opinión de Montanelli: “El cristianismo no destruyó nada. Se limitó a enterrar un cadáver: el de una religión [estatal] en la que ya no creía nadie y llenar el vacío que esta dejaba. Una religión cuenta no porque construya templos y desarrolle ciertos ritos, sino porque proporcione una regla moral de conducta”. Una vez más voy a referirme al testimonio del gran observador que era Tertuliano, para quien “el mundo pagano estaba en liquidación.”
Lo normal es que nos acerquemos a la historia de una manera simplista: a través de las guerras. Necesitamos de opiniones capaces y fundadas que le den sentido a los hechos. Dice Montanelli en su interesante Storia di Roma que “la crisis militar no era más que el resultado de una decadencia más compleja, antes que nada biológica”. Sobre esto último, que de entrada resulta muy intrigante, el historiador y periodista italiano aclara tal afirmación: “[La decadencia] Había comenzado por las clases altas de Roma, con el relajamiento de los vínculos familiares y las difusión de las prácticas maltusianas y abortivas.” Y sigue más adelante. “Las familias que la componían, sí, diezmadas por las guerras, donde sus vástagos caían generosamente, pero sobre todo se extinguieron por falta de descendencia.” O dicho de otro modo, la caída del Imperio Romano se materializó en un simple “cambio de guardia” de los mismos bárbaros que ya estaban dentro desde hacía tiempo.
En estas circunstancias de desplome del Imperio, cualquier persona inquieta y curiosa podría preguntarse, ¿cuál fue el papel de la entonces naciente Iglesia, precisamente fundada en Roma? Y es también Montanelli quien nos puede explicar la respuesta. “Cuando Constantino subió al poder, muchas funciones de los prefectos, considerablemente en declive, eran asumidas por los obispos. La Iglesia era notoriamente la heredera designada y natural del Imperio en colapso. Los hebreos la habían dado [a la Iglesia] una ética, Grecia, una filosofía y Roma le estaba dando su lengua, su espíritu práctico y organizador, su liturgia y su jerarquía.” Indudablemente Pedro, su fundador, supo lo que hacía eligiendo Roma como sede. Efectivamente, Cicerón tiene razón. La historia es maestra. Cada uno que saque sus propias conclusiones de lo narrado más arriba, en absoluto nada ingenuo.
ESTADO Y RELIGIÓN, UNA SOLA COSA. DIVINO CESAR
Resulta curioso comprobar como muchos de los mejores defensores de la verdadera libertad democrática, han pasado antes por el sarampión de la izquierda. Un ejemplo digno de mención, el mismo Octavio Paz más arriba citado al hablar de la retórica de baratillo. Recientemente se ha publicado un interesante libro que recoge el testimonio de protagonistas destacados de este singular fenómeno, “Por qué deje de ser de izquierdas”. Seguramente tal fenómeno se debió a lo que David Horowitz dice sobre el particular: “He creído en la izquierda por el bien que prometía; he aprendido a juzgarla por el daño que ha hecho.” Horowitz tenía buenas razones para decir tal cosa. Es un escritor norteamericano, nacido en el año 1939, que pasó por todo. Hijo de padres del Partido Comunista, escribió todo lo que pudo apoyando semejante ideología. Hacia los años 60 abandonó el radicalismo de izquierdas para convertirse en defensor eficaz y prolífico del, digamos con el confuso lenguaje americano, conservadurismo. Es el editor de un interesante sitio web desde el que defiende sus nuevas ideas en FrontPage Magazine, vacunado definitivamente de las falsas promesas.
El problema de las izquierdas con la religión cristiana y particularmente con la Católica, está en la ideas. Bien que lo sabia Stalin: “Las ideas son más poderosas que las armas. Nosotros no dejamos que nuestros enemigos tengan armas, porque dejaríamos que tuvieran ideas.” Pero las “ideas” del cristianismo han sobrevivido a través de los siglos, a pesar de persecuciones de todo tipo, mientras a las nuevas religiones laicas se le caen los muros, en cuanto aflojan las riendas.
Algunos avispados cayeron en la cuenta de que su religión materialista y “liberadora”, duraba menos que la cristiana, que no tenía cañones, por los que preguntaba, al Papa, el marxista real. Entonces adoptaron como himno aquella letra y música de Carlos Mejía Godoy, por mí admirado en tantas otras de sus creaciones como la del celebrado el Ñaco. La letra, en mi opinión, es irreverente –eufemísticamente, de contenido social-, que canta las virtudes de una familia de obreros humillados que tienen un “sepotillo”, Cristo, que quiere a ser guerrillero para matar a los ricos terratenientes; muy social. El simpático y admirado compositor, Carlos Mejía Godoy, fue un artista, como diríamos hoy, muy cejudo ^^, que formó parte del FSLN sandinista durante los años 1979-1990. De por medio había un buen amigo sacerdote alavés, Victoriano Arizti (Comunidad el Señorío de Jesús). De esta época probablemente es la fecha de la composición a la que me voy a referir, y que hizo especialmente popular a Elsa Baeza. Todavía, en sus actuaciones, es el tema que siempre interpreta admirablemente y que el público celebra entusiasmado.
Mejía presto sus extraordinarias dotes artísticas a la causa, reflejando la sociedad que le rodeaba, que pensaba que el “nuevo cristianismo”, no debía tener obispos –reconvertidos en comandantes revolucionarios-. Esa famosa y popular canción, que no pierde actualidad, como la pueda disfrutar el Che, se llama el Cristo de Palacagüina, humilde pueblo del norte de Nicaragua, que desde entonces saltó a la fama.
Recuerden el “revolucionario” estribillo: /Cristo ya nació en Palacaguina de Chepe Pavón Pavón y / una tal María ella va a planchar muy humildemente la / ropa que goza la mujer hermosa del terrateniente /. Y este es el verso que tanto gusta a los revolucionarios de la teología liberadora de jornaleros: /José pobre jornalero se me catella todito el día /lo tiene con reumatismo el techo de la carpintería / María sueña que el hijo igual que el tata sea carpintero / pero el sepotillo piensa: Mañana quiero ser guerrillero /.
Si el cristianismo ha perdurado tanto, se decían, sería bueno que hiciéramos un mix, una fusión, como dirían los flamenquitos modernos, y además la llamaremos pomposamente teología, teología de la liberación, que suena muy bien. Lo místico con lo poético tiene gran aceptación popular, en general, en Latinoamérica. Así, de un golpe, dos religiones, hasta entonces antagónicas, se fundan en una. Han conseguido hacer de Cristo un guerrillero revolucionario, lo que soñó Judas, y al Che, el icono galáctico por los siglos de los siglos. Lo cuento igual que un cuento, porque lamentablemente es lo que parece. Entre tanto, algunos desesperados, desorientados ante tantos nada ejemplarizantes escándalos, deciden adorar la venganza, el terror, la santa muerte mejicana, la diosa femenina de los desesperados. Que terrible muestra de desbandada ética y moral.
Y Para terminar me había propuesto recoger una frase lapidaria del prolífico filósofo del cristianismo y de los estudios bíblicos, J. V. Langmead-Casserley (1909-1978), más conocido por su libro The Christian in Filosophy (1962), en la que pone el dedo en la llaga al llamar la atención sobre el afán de los totalitarismo de crearse un halo de divinidad a imagen y semejanza de los divinos emperadores romanos, comentado más arriba: “El totalitarismo se basa no sólo en la voluntad de poder de estadistas autócratas sino también en el deseo de seguridad y la tendencia a adorar y propiciar de las masas de ciudadanos... La seudodivinidad del Estado moderno quizá más que una divinidad que haya usurpado con arrogancia sea la que le imponen a él masa de individuos inseguros y frustrados, que piden con insistencia algún objeto poderoso y venerable de fe y confianza.”
Cuando estaba afanando sobre el citado y poco conocido, para mí, filósofo en la web, encuentro que José Francisco Serrano Oceja había escrito un precursor artículo el 6 de febrero de 2008 titulado La Iglesia civil que quiere fundar Zapatero, del que por su importancia y oportunidad, a los propósitos de este trabajo, trasladaré algunas acotaciones más adelante, con permiso de su autor. Serrano Oceja es un personaje de quien últimamente vengo siguiendo sus interesantes artículos escritos en torno al tema que me ha empujado a lanzar este post. Es Doctor en Ciencias de la Información y licenciado en Periodismo, con Premio extraordinario de fin de carrera, por la Universidad Pontificia de Salamanca. Recientemente ha sido nombrado Decano de la Universidad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo.
Del pasado diciembre recuerdo dos artículos que leí con interés: Que nadie nos robe la Navidad, publicado el mismo día 24 de Nochebuena; España está enferma, del día 11. O este otro del pasado mayo, ¿Por qué quieren expulsar a los capellanes de los hospitales? Estos títulos son buenos botones de muestra del interesante campo que Serrano se ha propuesto cultivar y que me permito recomendar a aquellos lectores que le interese el candente problema aquí modestamente esbozado.
Como decía, el artículo de Serrano Oceja (S.O.) del que quería resaltar algunas ideas interesantes, llevaba como subtitulo, Cruzada del PSOE contra los obispos. Toda una alegoría. Por las fechas en que se escribió el artículo en cuestión, o sea el pasado 6 de febrero, “Llevamos mes y medio de desaforada opresión pública a la Iglesia por parte del partido socialista y de sus terminales mediáticas”. Para S.O. esa opresión no era más que el preámbulo de “la hecatombe que se cernirá sobre la Iglesia y lo cristiano si gana Zapatero”. S.O. ve en esas belicosas declaraciones no solo una maniobra contra la Iglesia, sino la de expandir la idea de que “la única moral pública legitima en la sociedad democrática española es la que tolera, ampara y difunde el Estado, en este caso bajo la forma de representación de un Gobierno social. La confusión de lo moral con lo social, y la identificación de lo social con lo moral, es una peligrosa arma de manipulación de las conciencias.” Esta es realmente una denuncia importante.
S.O. descubre detrás de esa coacción legitimadora, no sólo ideologizar a la sociedad según el particular modelo progre de ZP –con sorpresa de extraños e incluso algunos propios-, sino de otros propósitos de más calado. Lo que ZP quiere no es solo achantar a los obispos y conducir a la Iglesia a la “reserva india” de las sacristías, mientras otros exhiben sin límites sus orgullosas procesiones callejeras. Lo que ZP quiere es “establecer en España una Iglesia nacional al servicio del poder socialista y bajo los dictados de un Gobierno que determine la oportunidad o no de las comparecencias públicas, de los temarios públicos y publicados.”
Más adelante S.O. afirma que ZP conoce bien la frase recogida más arriba de Langmead-Casserley, que denunciaba la vocación de divinización de los totalitarismos. A fin de cuentas es la historia desgraciada de los sistemas de pensamiento totalitarios europeos. No ignora ZP las consecuencias prácticas del cambio social de su proyecto, que puede llevarnos, como en otras ocasiones no tan lejanas, a situaciones de absolutización social. Lo que ocurrió en la época del nazismo, que a fuerza de hacer revisiones teológicas interesadas, muchos cristianos llegaron a interpretar que lo conveniente era “sanear” el cristianismo eliminando la jerarquía episcopal.
S.O. termina su contundente artículo advirtiendo que ZP no perdona a los obispos su esfuerzo de abrirle los ojos a los creyentes bien intencionados, “ante el riesgo de una religión sustitutoria, civil, positivista”. Esa es la Iglesia civil que quiere fundar ZP y que fundamenta el título del artículo que comento.
Hay más que suficientes razones y argumentos para comprender la reacción de celo competitivo de Leire Pajín: “El PSOE es el que más ha hecho por la familia.”