Sostener es sujetar para no avanzar por miedo al futuro.
Para progresar, nunca en línea recta, la humanidad, desde las cavernas, fue inventando y perfeccionando actividades productivas, con efectos una veces positivos y otros negativos. Cuando hablamos de sostener queremos decir controlar, decretar moratorias desde las Naciones Unidas –que paradoja- por miedo a cometer errores en el futuro. Esto significa renunciar a la libertad, al libre albedrío, la muerta de la creatividad y ponerse en manos de unos iluminados predicadores de la apocalipsis ecológica de la nueva religión laica; soberbia de dioses que no admiten errores.
Lo del desarrollo sostenible está pasando por un momento deslumbrante. Basta con colocar dicha expresión en cualquier buscador de la web, y en menos de 15 segundos la máquina nos presenta una lista con casi 5 millones de sitios, procedentes de los cuatro puntos cardinales, donde se trata la cuestión. Está claro que esta experiencia de globalización es unos de los rasgos de la única civilización en la que nos movemos –afortunadamente llena de culturas entre las que perviven algunas horrorosas y otras sencillas y agradables como la del ajo y el aceite de oliva –las plataformas de la ceja son otra cosa-. Si hacemos un muestreo, pinchando aleatoriamente en las páginas ofrecidas por el buscador, la mayoría resultará que están entusiasmadas con la definición Brundtland comentada en mi post anterior. Predominan los argumentos tópicos, sectarios, de ideología izquierdista, con poco o ningún fundamente científico, donde la gran olvidada es la Ciencia Económica.
Para progresar, nunca en línea recta, la humanidad, desde las cavernas, fue inventando y perfeccionando actividades productivas, con efectos una veces positivos y otros negativos. Cuando hablamos de sostener queremos decir controlar, decretar moratorias desde las Naciones Unidas –que paradoja- por miedo a cometer errores en el futuro. Esto significa renunciar a la libertad, al libre albedrío, la muerta de la creatividad y ponerse en manos de unos iluminados predicadores de la apocalipsis ecológica de la nueva religión laica; soberbia de dioses que no admiten errores.
Lo del desarrollo sostenible está pasando por un momento deslumbrante. Basta con colocar dicha expresión en cualquier buscador de la web, y en menos de 15 segundos la máquina nos presenta una lista con casi 5 millones de sitios, procedentes de los cuatro puntos cardinales, donde se trata la cuestión. Está claro que esta experiencia de globalización es unos de los rasgos de la única civilización en la que nos movemos –afortunadamente llena de culturas entre las que perviven algunas horrorosas y otras sencillas y agradables como la del ajo y el aceite de oliva –las plataformas de la ceja son otra cosa-. Si hacemos un muestreo, pinchando aleatoriamente en las páginas ofrecidas por el buscador, la mayoría resultará que están entusiasmadas con la definición Brundtland comentada en mi post anterior. Predominan los argumentos tópicos, sectarios, de ideología izquierdista, con poco o ningún fundamente científico, donde la gran olvidada es la Ciencia Económica.
Pero sobre todo se aprecia pavor al futuro, desconfianza a la ciencia en general, a la que hay que frenar y controlar mediante paneles y comisiones apropiadas dirigidas desde una ONU, donde la mayoría de los países miembros desprecian la democracia y los derechos humanos, aunque pueden, por turno riguroso, presidir impúdicamente las correspondientes comisiones. Los discursos políticos son los más sobrecargados de sostenibilidades, con aplicaciones diversas, donde predomina la perversidad. Son auténticos escenarios de un mundo platónico donde el concepto de evolución o las modernas teorías del caos están ausentes.
La ideología del que arguye, bien si está por la labor de sostenella o de enmendalla, condiciona el enfoque del desarrollo sostenible que defienda. Así, los ecologistas, la mayoría defienden planteamientos radicales tales como el crecimientos cero, o sea, quietos donde nos coja. Los pobres serán pobres y los ricos, ricos. El Norte seguirá siendo Norte y el Sur seguirá siendo Sur. ¿Recuerdan aquel juego de cuatro sillas y cinco jugadores? En nuestro caso los jugadores serían miles de millones. Los ecologistas están tan asustados, con tanto miedo al futuro que se han agarrado al llamado principio de precaución como a una tabla de salvación. La cosa consiste en no llevar a cabo nuevas actividades productivas mientras no se demuestra que no son “dañinas”. Por supuesto los ecologistas se han irrogado la exclusividad de definir lo que es o no dañino. Cada vez surgen nuevas y sutiles formas de dictadura.
Esta es la consagración platónica de un universo estático, según el cual existe un modelo ideal y permanente de las acciones humanas. En el plano intelectual esto se me antoja una regresión al estadio de la infancia de la humanidad. O sea, renunciar a comprender la lógica de la evolución de la humanidad. No es broma, pero algunos verdes radicales, afirman que la mejor época en la que el hombre –y las mujeres, los niños y las niñas, los ancianos y las ancianas, los soldados y las soldadas sin graduación; esto sí que es una broma pesada- estaba en perfecto maridaje con la madre naturaleza, fue en la Cuaternaria. ¿Cómo es posible que se ignore que la historia de la humanidad ha sido una constante lucha de supervivencia frente a la hostil madre naturaleza, en los desiertos, en las nieves, en los mares, frente al fuego, en los tsunamis, los terremotos, el rayo, los diluvios, las enfermedades, los mosquitos. ¿Por qué contrariamos a la madre naturaleza instalando aire acondicionado en nuestras viviendas? ¿Por qué coño –con perdón- no hemos sido siempre nudistas o herbívoros? ¿Por qué no sobrevivieron los Neandertales (NH) y sí los Homo Sapiens Sapiens (HSS), o sea, nosotros?
Esta es la historia de la evolución de la humanidad –espero que con esto de referirme a la humanidad las feministas no se mosqueen conmigo- sobre la tierra con la naturaleza siempre hostil. Al parecer la especie humana, o sea la citada HSS, es la única que le lleva la contraria a la madre naturaleza. ¿Estaremos equivocados frente a nuestros hermanos los animales y plantas? Me encanta ver llover detrás de los cristales. Me encanta ver a los nudistas pasear en bicicleta en verano con los penes y las conchas a la vista. ¿Conocen a algún deportista que se atreva a practicar la pértiga, boxear, ir de caza, jugar al fútbol, al baloncesto o al golf con las bolas colgando y la concha expuesta? Me encantaba pasear por la nieve con unas buenas botas y un buen equipo de abrigo. Ya sé que estoy exagerando. Pero es que frente a la tragedia del principio de precaución y del crecimiento cero zapatero papatero, hay que echarle un poco de humor a la cosa.
Para los ecologistas todo son pegas. Es posible que alguno de mis lectores crea que exagero, pero hay ecologistas, con sus fieles seguidores políticos, que defienden el decrecimiento económico. Así, como suena. Busquen en Google, lean atentamente, comparen y reflexionen. Dicen que por encima de todo está el respeto al medio ambiente, por lo que es necesario reducir la producción económica, porque hace tiempo que estamos castigando al planeta Tierra, impidiéndole que se regenere de una forma natural. Para apoyar su postura los ecologistas disponen de un abundante acopio de “huellas ecológicas” que lo corroboran. Y qué decir del espantoso modelo de vida de “esta civilización” que se ha empeñado en producir bienestar, cuando se podría vivir con menos. Lo dicho, tomemos ejemplo de nuestros hermanos los simios y demás animales. La humanidad no está siendo solidaria y justa, mientras ellos, los animales, no dejan de desaparecer por especies, los humanos HSS no dejamos de crecer ignorando los consejos maltusianos.
Y qué decir del nuevo socialismo que ahora le gusta ser denominado como ecosocialismo. Es un leve importante retoque de imagen. Aunque lo que sí permanece inamovible es su inquina al capitalismo; la percha en la que cuelgan todos los males de la humanidad. Ahora no resulta dialécticamente oportuno hablar de lucha de clases, no es progre. Mucho peor que ser rico y pijo -que ya lo son- es atacar al medio ambiente. Observen la importancia de la dialéctica –método al que no le preocupa la búsqueda de la verdad, sino apresar la razón sin tenerla-. Acusan con estos términos: el capitalismo está basado en el crecimiento y en el avaricioso afán de acumular bienes, aunque sea a costa del incremento del ritmo de crecimiento, lo que constituye un pecado capital porque es ecológicamente insostenible.
Está claro que insostenible es lo contrario de sostenible. En estos tiempos, no hay nada peor que faltar a las tablas de la ley ecologista. El ecologismo es una de las nuevas religiones laicas. Pronto puede que un comité de salud ecológica decretará el culto a la Magna Mater (romana), aunque entre nosotros ya tenemos hace tiempo a la Madre Tierra Cibeles (frigia). A partir de un determinado momento sólo se admitirían las fiestas que sean respetuosas con la Naturaleza. Por supuesto la Fiesta de los Toros quedaría proscrita. Hasta puede que se cambien los nombres de los meses, a lo revolución federalista francesa. Lo romano cae últimamente fatal. No me refiero al cabaliere.
Algunas sensibilidades liberales hacen lo posible por compatibilizar crecimiento económico –término maldecido por los soioecologistas- con la protección del medio ambiente. Según su teoría, esto sería posible aumentando la productividad. O sea, producir más –que osadía- pero consumiendo menos recursos, reciclando más y generando menos residuos. Esta teoría la rematan, contando con el aumento de la productividad, con un toque de política redistributiva orientada a mejorar las condiciones de vida, o sea al desarrollo.
El lector atento se habrá dado cuenta que en lo dicho más arriba, he ido resaltando las palabras crecimiento y desarrollo. Dos palabras clave en este embrollo, con las que los mal intencionados confunden desprevenidamente al personal no suficiente preparado. Porque desarrollo económico no es sinónimo de crecimiento económico ni tampoco de desarrollo humano. Desde los tiempos de las cavernas, el proceso económico, empezó con la extracción, siguió con la transformación-fabricación, continuó con la distribución y termina con el consumo. Inevitablemente este largo proceso ha ido teniendo efectos positivos y negativos que los humanos han ido reconduciendo y corrigiendo.
Esta evolución, como bien sabemos no necesariamente en línea recta –sirva la presente crisis como botón de muestra-, se refleja en la misma historia social, política y económica de los pueblos, las naciones. Pero siempre progresando hacia el futuro, sin necesidad de que, en algún momento de esa evolución, haya habido que decretar una “moratoria” suicida (Club de Roma). Porque de ser así significaría la pérdida de la libertad, del libre albedrío, la muerte de la creatividad, negando la posibilidad de que en el futuro se puedan cometer errores. Soberbia de dioses laicos que renuncian a la sabía docta ignorancia de nuestros ancestros. Por tanto, dadas las implicaciones que tienen dichas palabras, desarrollo y crecimiento, será oportuno que el próximo post de esta serie lo dedique a reflexionar sobre el significado de dichas palabras en el juego inicuo del desarrollo sostenible. (Continuará)