Los pregoneros de la nueva sostenibilidad nos amenazan diciendo que es peligroso avanzar hacia el futuro y recomiendan, nuevamente, hacer una moratoria en el crecimiento y desarrollo económico de la humanidad.
ZP es un mago al que le encanta sacar de su chistera, incansablemente, expresiones que enseguida tienen gran éxito y difusión, la mayor de las veces vacías de contenido que, con frecuencia, ponen en evidencia que no sabe de lo que habla. La última iniciativa es la expresión desarrollo sostenible. ¿Quién no ha oído hablar de los términos sostenido, sostenible, sostenibilidad durante estos últimos días, aplicado como adjetivo a cualquier cosa de la nueva economía impartida en tertulias radiofónicas y de TV, de esa economía que no se aprende ni en los libros ni en las facultades de Ciencias Económicas? Tengo la impresión de que la mayoría de los que hablan o escriben sobre sostenido, sostenible, sostenibilidad, precisamente no usan argumentos sustentables. Y cuando tratan de ampliar sobre la cuestión, demuestran que no saben de qué va. ZP, que es muy astuto, casi nunca ha pasado de la mera enunciación de la cuestión, evitando mojarse. Como es sabido, les ha pedido a sus equipos de asesores, partidos colaboradores, medios de la sumisa cuerda, ministerios, cariñosas organizaciones sindicales, etc., que le envíen ideas sobre la cuestión.
El contagio de hablar por hablar sobre desarrollo sostenible se ha globalizado rápidamente. Cuenta la Dra. Barrantes - Ph.D. en Economía de la Universidad de Illinois-, en mi opinión una de las mejores especialistas sobre la cuestión, que sabe de lo que habla, que en una reunión académica para tratar sobre el desarrollo sostenible, se le pidió a los asistentes que escribieran en una tarjeta lo que entendían por desarrollo sostenible. El resultado demostró, una vez más, la falta de consenso que existe en la materia, desde hace más de 40 años, entre el mundo académico; aparecieron tantas definiciones como asistentes.
Esto de la sostenibilidad procede de la pradera de los verdes, los ecologistas méteme en todo, con derecho a invadir todos los ámbitos del conocimiento de influencia social y política, para tintarlos de verde y crear gran confusión. Ahora la verdadera bandera revolucionaria no es la tradicional roja, sino la verde. Es, además, la verde pasarela que conduce a las verdes banderas de los países musulmanes, lo que contribuye a la gloriosa construcción de la Alianza de Civilizaciones de las mil y una noches. Algunos sueñan que, en la época de Internet, de los teléfonos móviles o celulares, de la televisión TDT, de la Estación Espacial Internacional (EEI), haya más de una civilización. Donde hay culturas y religiones imaginan civilizaciones.
Los campos ya acotados de la meteorología, la astronomía, y toda la parafernalia de paneles de observación del calentamiento de la tierra, del efecto invernadero, son terrenos ya conquistados por los verdes revolucionarios. Son los amos del cotarro en la ONU, empezando por su presidente. Ahora están dando la batalla contra la economía “capitalista” con ayuda de una nueva ideología: la bolivariana. La dialéctica del calentamiento de la tierra y su derivada del desarrollo sostenible, sin olvidar a las “latinas” teologías de todas las liberaciones y las alianzas de “civilizaciones”, son más eficaces que la desechada dialéctica de la lucha de clases. Aunque en el fondo, respecto a los fines perseguidos, son los mismos perros con distintos collares, como iremos viendo a lo largo de este y otros próximos posts.
De hecho ya tenemos una nueva profesión para la ciencia económica: la economía ecológica y, consecuentemente sus sacerdotes, los economistas ecológicos, con derecho a pontificar sobre producción, desarrollo sostenido o lo que se tercie. En apenas unos años, con cuatro artículos y unas cuantas conferencias se han cargado todo el conocimiento acumulado de siglos sobre la economía, el homo aeconomicus, hasta Pericles a nuestros días. Es el nuevo tentáculo invasivo de lo verde, de las banderas verdes, de los partidos verdes. Es la nueva cara de los partidos de la izquierda revolucionaria pintada de verde, rojo ayer, en vista de que lo de a la roja lucha de clases y de la dictadura del proletariado se le ha caído “el muro”.
Soy pesimista; creo que los términos sustentabilidad, sostenibilidad, desarrollo sostenible y demás derivados, han terminado por implantarse como palabras vacías incluso en ciertos ámbitos académicos. En mi opinión, la cosa empezó a finales de los años 60 con aquel siniestro Informe del Club de Roma, una organización no gubernamental internacional dirigida por Aurelio Pechchei del consejo de administración de la Fiat. Sus ampulosos fines eran, analizar el “problema de la humanidad en relación con sus límites físicos de los recursos de la Tierra y así establecer los principios de los límites del crecimiento”. Se trataba de de un mensaje catastrofista con el que se pretendía “sugerir a la sociedad” que se adoptaran medidas que evitaran llegar a un desequilibrio mundial.
La “sugerencia” del Club de Roma estimuló a una serie de instituciones que se lanzaron a investigar sobre el anunciado desastre, tales como el Club Forrester, que publicó el informe World Dynamics (1971) con la siguiente calamitosa conclusión: “el desarrollo ulterior de la humanidad sobre la tierra, las limitaciones físicas del medio ambiente, darán lugar a desastres en 20 años del próximo siglo”. El modelito Forrester fue mejorando, ofreciendo posteriormente una mejor precisión sobre el próximo “colapso ecológico”, lo que hacía necesaria acordar una “moratoria universal” de 40 años. Después intervino el prestigioso ITM de Massachusetts, que bajo la supervisión del ya famoso Dr. Meadows, publicó, en 1972, el libro “Límites del Crecimiento”, que tuvo una gran difusión en todos los medios que, desde el principio se rindieron sin condiciones, como ahora ha ocurrido con el calentamiento de la Tierra. Hay que reconocer que esta nueva tropa verde revolucionaria cuenta con acaudalados y amparados apóstoles de la nueva religión: Al Gore, el predicador de nuestra salvación. Cualquier político, periodista o particular sin graduación académica, estaban al cabo de la calle sobre el inquietante mensaje del Club de Roma. Lo mismo que ahora está ocurriendo con lo del “desarrollo sostenible”.
Emulando a George Orwell, se puede decir que se recrudece nuevamente lo que él llamó “una época de universal engaño en la que decir la verdad constituye un acto revolucionario”. Afortunadamente surgieron instituciones y científicos que fueron desmontando los siniestros propósitos del Club que se proponía detener todo crecimiento económico, propósito ahora reverdecido con los planes de desarrollo sostenible que nos quieren vender con ayuda de su condicionante marketing. Otra vez la premonición de Orwell y su Gran Hermano.
Conviene llamar la atención sobre la expresión desarrollo sostenible, que al igual que los siniestros propósitos del citado Informe Meadows del Club de Roma, tiene que ver con los límites físicos del crecimiento, el uso de los recursos naturales y el medio ambiente. Al igual que lo que pasaría si se llevasen a cabo los objetivos del Protocolo de Kioto, los objetivos de los planes de desarrollo sostenible, afectarían principalmente a los países en vías de desarrollo. Dichos protocolos y planes están alejados de los principios fundamentales de la Ciencia Económica, en su simple significado de asignación de recursos escasos a fines alternativos.
En los años 1983 y 1987, el secretario de las Naciones Unidas ordenó que se llevara a cabo una investigación pormenorizada a cerca los efectos que tendría sobre el medio ambiente del planeta, el desarrollo económico. Dicha misión se le encomendó a la canciller noruega Sra. Gro H. Brundtland. Amigo lector, quédese bien con este apellido porque si se propone profundizar sobre asunto del desarrollo sostenible, comprobará que este exótico apellido nórdico aparece como punto de apoyo y justificación de toda la parafernalia de la sostenibilidad: la todo poderosa Comisión Brundtland es la fuente que alimenta y ampara todo lo que se diga o haga sobre desarrollo sostenible. La biblia de la nueva religión: The World Commisión on environment And Development (WCED). Our Common Future. Oxford University Press, 1987. ¡Lo ha dicho la comisión Brundtland! Amén.
Vean amigos, entre otras, las conclusiones más jugosas del informe que evacuó dicha comisión. Le prevengo de que son frases que embelesan, por lo que es necesario que le ponga en guardia, mastique con cuidado, reflexione detenidamente antes de tragárselas como artículo de fe, como suele ocurrir con tantas otras palabras que suenan a música celestial pero que hacen que uno se trague sapos a granel sin sentirlos. Dice así: “Desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la habilidades de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades”. Ojo al concepto de necesidad que la citada definición considera. “El concepto de necesidad, en particular las necesidades esenciales de los pobres del mundo, a las cuales se les debe dar imperiosa prioridad, y la idea de limitaciones impuestas por el nivel de la tecnología y la organización social sobre la capacidad del medio ambiente de satisfacer necesidades presentes y futuras”.
Es una definición envenenada como la linda manzana de Blanca Nieves, presentada en una embrollada madeja con mucha enjundia. Estoy por apostar que usted, querido lector, ha quedado cautivado por la definición. No es fácil meterle el diente. Habrá que ir paso a paso deshaciendo el enredo y poniendo al descubierto los sapos que contiene. Es el objetivo que me propongo llevar a cabo a lo largo de este y otros posts que editare sobre esta materia en este blog. Sería un ingenuo si pretendiera, de un simple tirón, apartar el velo encantado que oculta lo que en realidad significa la excelsa operación del desarrollo sostenible de la misión Brundtland.
(Continuará)
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