lunes, 23 de abril de 2007

Modelos de formas de estado: el embrollo del Estado autonómico español


Es tal el enredo que estamos padeciendo sobre la cuestión de la reformas de los Estatutos de las CC AA de España, que ya no sabemos cuál es el significado de ciertas palabras necesarias para poder entender qué modelo de Estado tenemos y adónde nos quieren llevar los que detentan el poder en la actualidad. Basta con leer las columnas de opinión de los periódicos, oír las omnipresentes tertulias radiofónicas, o a los políticos de turno.

Si se recuerda la historia del nacimiento de los Estados Unidos, se sabe que cuando en 1776 las colonias se declararon independientes, los trece territorios originales se constituyeron en Confederación. A partir de ese momento, todavía tuvieron que pasar más de siete años hasta que ganaran la guerra a la Metrópolis. Pero cuatro años después, o sea, enseguida, con visión de futuro, llegaron a la conclusión de que el sistema confederal no les convenía. Este hecho marca el sentido de la evolución histórica de las formas de organización territorial de los Estados de Derecho. Por eso, en 1787, los territorios nacidos confederados, decidieron reunirse en Filadelfia para acordar, todos juntos, sin admitir privilegios a ningún territorio, una Constitución Federal, acuerdo que alcanzaron al año siguiente.

O sea, tan sólo doce años después de la espléndida Declaración de Independencia de las colonias, unos novatos, sin historia sobre sus espaldas, crearon la primera democracia moderna dotada del primer texto codificado del mundo, el primer Estado de Derecho de la historia. Y aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido, a pesar del enorme peso de la historia de la que presumimos los europeos -o quizá por eso- el texto presentado en la Convención de Bruselas para la Unión Europea, aprobado por algunos estados y rechazado por dos de gran significación, no supera al modelo que gobierna y rige a la Unión Americana.

En el caso europeo se ha echado de menos el sentido de Estado, la generosidad, la altura de miras de unos auténticos constructores de fórmulas de convivencia en libertad y derecho, con el ingenio suficiente para saber utilizar resortes de equilibrio entre fuerzas centrífugas y centrípetas, como el que demostraron Madison o Adams, entre otros. Ahí sigue vigente la Constitución Federal de 1788, que después de 219 años sólo ha necesitado 27 "enmiendas", que no reformas, para seguir siendo útil para una de las sociedades más dinámica que se conocen, a la que sirve eficaz y eficientemente. Mientras que nuestra experiencia, a partir del Estatuto de Bayona de 1808 -por ponerlo más extenso en el tiempo-, o sea en casi 200 años, se computan más de treinta Constituciones generales. La mayoría de las cuales no llegaron a entrar en funcionamiento. Pero aún seguimos dándole vueltas, y últimamente de forma más intensa.

Pronto se cumplirán 30 años de la implantación del actual Estado de las Autonomías. Aunque nadie quiere comprometerse a hablar de reformar la actual Constitución, el hecho es que, por la puerta de atrás cuelan las reformas que se han aprobado hasta el momento, especialmente la del Estatuto Catalán, que suponen una reforma de facto, sin enfrentarse claramente a la complicada situación en las que nos encontramos.

El hecho es que, en las tertulias, en las columnas de opinión, en las declaraciones de algunos partidos abiertamente comprometidos en la reforma constitucional –sean iU o ERC-, en el hecho consumado de los nuevos estatutos aprobados, todo indica que se quiere implantar un modelo de estado de corte federal. Pero no se aborda abiertamente llevándolo a las Cortes, donde correspondería enfrentarse con la realidad inevitable, respetando así la soberanía del pueblo español.

No hace falta ser un especialista en derecho constitucional para darse cuenta que, realmente, nuestras CC AA, constituyen una forma -imperfecta- de seudo Estado Federal, intencionadamente asimétrico y no rematado en su enunciación. Asimétrico por cuanto admite los privilegios forales, que naturalmente provocan agravios comparativos de los ambiciosos nacionalistas tradicionales y de los nuevos, que se apuntan para no ser menos, en vista de la situación de desbordamiento en la que estamos abocados. Como es sabido, los responsables del diseño de la Constitución de 1978, intencionadamente, no quisieron rematar el diseño poniéndole puertas al campo, con objeto de satisfacer las intereses nacionalistas de dejar abierta la posibilidad de llevar a cabo interminables "reformas" que, necesariamente, se agotarán tan sólo cuando los nacionalistas separatistas hayan alcanzado su objetivo. El caso es que, en los interminables debates celebrados, en su día, para alcanzar el tan cacareado consenso que trajera la nueva Constitución de la Transición, ganó la resistencia y tenacidad de los nacionalistas y perdieron los que buscaban proteger la permanencia de la unidad de España.

En su momento, hubo celebraciones y grandes palabras de reconocimiento por haber alcanzado el consenso que permitió la Transición. Estas alegrías por la paz y progreso que proporcionó la Transición, que parecía que serían para toda la vida, se agotaron con la celebración de los 25 años de su nacimiento. Por una parte las nacionalistas de siempre y los de nuevo cuño, junto con el nuevo Gobierno socialista del 14-M del 2004, bien por que aspira a rescatar las olvidadas y viejas ideologías de la I y II República, cosa que los anteriores Gobiernos socialistas no manifestaron formalmente, o bien por necesidad de agarrarse al poder que le ofrecen los nacionalistas para aferrarse al sillón, el caso es que, ahora, se habla de la necesidad de llevar a cabo una II Transición, porque la anterior, según dicen los promotores del cambio de régimen, fue una trágala, una continuación del franquismo. Ahí queda eso. A los que nos ha tocado vivir el periodo franquista con la ilusión de que algún día disfrutaríamos de una verdadera democracia de derechos y libertades, todo lo que ahora está ocurriendo significa un verdadero chasco ¿Es que realmente ninguno de los responsables políticos intervinientes, en su momento, para “lograr el consenso como sea”, no se dieron cuenta que, con aquel invento de la Constitución del Estado de las Autonomías, era previsible que ocurriera lo que ahora está pasando? No creo que falten autores, textos, reflexiones, sobre la teoría del poder, que brindaran luz y raciocinio sobre la cuestión a aquellos padres de la patria, hoy acusados, por algunos, como padres bastardos. La salida de un sistema dictatorial a otro democrático, no es algo nuevo en la historia de la humanidad. El poder siempre ha necesitado que se le marque el campo dentro del cual debe transitar. En nuestro caso no se quisieron marcar dichos límites, por ingenuidad o por otras razones inconfesables Y aún así, la historia nos enseña que de tiempo en tiempo, la eterna ambición por el poder esta presta para derrocar al que lo detenta.

Seamos de una vez claros y honestos, la Transición dejó importantísimos cabos sueltos, que trajeron una cadena de problemas de difícil arreglo. Realmente, lo que se infiere de todo lo leído y oído respecto a los nuevos Estatutos aprobados y los que vienen de camino, constituyen una regresión histórica hacia la confederación. Se trata de deshacer el camino, pues históricamente las confederaciones o se han disuelto o se han transformado en Federación de Estados. Por tanto, se trata de una estrategia de tránsito a la independencia, de gran utilidad para los nacionalistas, especialmente desde el punto de vista legal, de cara tanto a nuestro embrollado sistema judicial, como de cara a la UE, con lo que se evitan el riesgo de tener que negociar la entrada en la Unión, con el inconveniente de ponerse en la cola -por ahora de 27 países- de solicitud de privilegios y derechos. En este estado de cosas, no sería descabellado esperar que las restantes CC AA, que hasta hora no han manifestado aspiraciones independentistas, al sentirse afectadas por el mal del agravio comparativo –la envidia es uno de los pecados capitales de los españoles-, se declararán, cuando menos, cantones independientes.

El modelo de organización territorial que acoge nuestra Constitución de 1978, al estar intencionadamente no rematado y de redacción ambigua, según han reconocido en repetidas ocasiones los propios responsables de su diseño, no sólo nos ha traído el Estado más descentralizado del mundo, manifestado jactanciosamente como virtud, sino también un Estado débil frente a las interminables reclamaciones de los nacionalistas, que se sitúan tras el burladero de un diseño constitucional que no tiene techo. Lo que en el plano teórico pretendía otorgar el máximo grado de descentralización dentro de un Estado Unitario, en el plano práctico resultó ser una extraña mezcolanza de Estado Compuesto -el Estado Plurinacional, que por su intencionada ambigüedad no marca tendencias-. Ante los hechos que estamos viviendo, no es posible vaticinar en qué puede terminar este edificio inconcluso y carente de planos guía preparados y suficientemente promulgados. La pregunta que nos asalta a muchos ciudadanos de España es: ¿en qué terminará este embrollo -no inesperado, precisamente-, en una federación, en una confederación o en un big-bang de nuevos estados independientes?

Creo que es un error empeñarse en hacer de la debilidad virtud. Naturalmente que sería posible, desde la indeterminación actual, contando con grandes dosis de buena voluntad –que no se aprecian en la mayoría que detenta el poder en la actualidad-, alcanzar un acuerdo que remate claramente en un modelo de estado reconocible. Pero para ello haría falta enfrentarse de cara a la realidad, y acordar, por consenso, una serie de "reformas" constitucionales o ,en el peor de los casos, pactar una nueva y definitiva Transición de hombres buenos, que acabe con los flecos y las ambigüedades de la actual constitución. Resulta dramático comprobar que, uno de los artífices principales, por no decir hombre clave, de la aclamada Transición, para su desgracia -o suerte-, una terrible enfermedad le ha quitado la conciencia que le hubiera permitido conocer, y padecer, la inutilidad de todo el esfuerzo realizado, llevado a cabo con ilusión, en aquellos años de cambio de "libertad sin ira", desde una dictadura hacia una democracia. Lo que entonces fue un feliz hallazgo, ahora, por mor de unos intereses de poder, resulta, para algunos, un estorbo que hay que agraviar, primero, y luego eliminar.

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