domingo, 22 de abril de 2007

La enigmática burbuja inmobiliaria


Formalmente, en economía, es un desatino utilizar la expresión burbuja como un baldón negativo, no ya aplicada al sector inmobiliario, sino a cualquier otro sector productivo perteneciente a un mercado libre. Seguramente ha nacido y desarrollado en los medios de comunicación de la prensa. Va que ni pintado para un buen titular. Comprendo que se utilice como metáfora por aquello del glóbulo de aire que se forma en el interior de un líquido; o para referirse a un habitáculo hermético y aislado que proporciona impunidad; o en los tratamientos de ciertas enfermedades, como en los casos de los niños burbujas, etc. ¿Alguno de los que leéis este post, economista o no, conoce una definición convincente de lo que es una burbuja económica?

De momento el DRAE no lo recoge ni como acepción. Wikipedia, que se atreve con todo, dice: “Una burbuja económica tiene lugar cuando, en buena parte debido a la especulación [ojo al dato], se produce una subida anormal [habría que concretar en qué tipo de mercado estamos por aquello de la “normalidad”] y prolongada del precio de algún producto [cosa que puede ocurrir en cualquier momento y por diversos motivos con las patatas, las naranjas, el petróleo, el aceite de oliva, etc.; o también una bajada anormal, sin que hablemos de burbujas…], de forma que dicho precio se aleja cada vez más del valor real o intrínseco [¡vaya complicación!, hubiera sido utilísimo que W explicara que entiende por “valor real o intrínseco”, al que sólo se refiere como una unidad astronómica. Veamos, en la valoración de inmuebles puede ser un concepto jurídico indeterminado; también, en contraste con el valor nominal, el valor real toma en cuenta la inflación; otro, es un valor ideal que sólo podría conocerse si se eliminan todas las causas de error -¿?-; más, una factura puede ser un valor real frente a un valor venal; otro intento, la definición del Dic. Stanford que dice sería el que se estima pude tener un bien en un mercado estable que puede no coincidir con el del mercado en ese momento. Ufffff, desisto] del producto, entrando en una espiral de subida continua y alejada de toda base factual. [Otro problema semántico interpretativo: ¿de facto o de iure?;]. El precio del producto alcanza niveles absurdamente altos hasta que la burbuja acaba estallando [¿por qué, quién, cuándo…?], lo que hace que los precios vuelvan a su nivel natural [naturalmente, lo que nos faltaba para seguir complicando la cosa]. Esto se conoce como un crack”. [Esto parece la traca final: me suena. Será el del año 29, cuando no tenían ni mucha ni poca idea de cómo gestionar el sistema monetario –medios de pago- que es un monopolio legal que ejercen la Reserva Federal en USA o el BCE en Europa, entre otros.]

Lo siento, pero, en este caso, W me complica muchísimo y no me ayuda. Probaré tratando de recordar algunos conceptos básicos de economía. La presión de la demanda no siempre es especulativa. ¿Tendríamos que prohibir la publicidad, las Semanas de Oro, etc.? A la vista de esto, se podrían dar unos consejos para los amigos: en el libre mercado, procura no meter tu dinero en los sectores en los que coincida el “valor real” -¿de coste, de factura, de iure, de facto,…?- de los bienes con el valor de mercado. En globalización, saldrás corriendo hacia donde los costes comparativos sean menores –llamado efecto deslocalización en Puerto Real, o cualquier otro sitio, por decir algo que suene reciente-.

Si mal no recuerdo, en el mercado libre se forman dos clásicas curvas esenciales, oferta y demanda –ya sé que esto es como mentarle la bicha a algunos ideólogos anti, y si no, échenle un vistazo a los libros de bachillerato actuales de algunas CC AA-, que en algún punto del plano de observación se cruzan: ahí tenemos el punto de equilibrio, que admite muchos calificativos según su naturaleza –estable, inestable, etc.-. Claro que en los sistemas de economía estatalizada, controlada, centralizada, socializada, etc. –no de mercado- el precio no lo marca el punto de equilibrio de oferta y demanda, sino las conocidas “Autoridades”. ¿Sería este el caso del terreno urbanizable que controlan las autoridades municipales, entre otras? Me parece que por ahí puede andar esa fantasmal burbuja que se hincha, que la hinchan y que puede llegar a hacer descarrilar la, por todos reconocida, actividad locomotora de cualquier economía: la construcción.
Sigo removiendo mi memoria. Cuando un sector económico está entrando en desequilibrio –Japón entró en esta situación por su mala cabeza, afectando a todo su sistema económico gravemente allá por año 1985. Ya entonces los periódicos empezaron a sacar lo de la burbuja económica del Japón. Cuando el régimen franquista, con ayuda de la sabia y oportuna mano de los “tecnócratas” del OPD, decidió abrirse al mundo con el llamado Plan de Estabilización, primer paso español hacia la “abominada” globalización, lo hizo para poder sanear, crecer y competir. Esta apertura al mundo exterior, inicialmente produjo el mismo efecto metafórico de pinchar el globo, o sea la burbuja, de aquella economía cerrada. Plafff. Sin entrar en detalles, esa apertura, o pinchazo de la burbuja del proteccionismo obligado por el cerco internacional, fue muy bien aprovechada por otros para enriquecerse y, además, trajo el “desarrollismo de los 60”, que tan fundamental fue para que apareciera, en España, una clase media necesaria para la viabilidad de la ahora discutida Transición política.

Pongamos por caso el sector, bien madurito, del automóvil; pongamos que este año se produce una baja cosecha de aceite de oliva –creo que no es el caso-; pongamos que sale un superconductor mucho más barato que afecta a la construcción de esos juguetes electrónicos que tanto nos gustan; pongamos que esta temporada de vacaciones vienen la mitad de los turistas –exceso de oferta de camas de hoteles, personal a la calle, bares cerrados, sobran camareros a mantas; pongamos que la ministra correspondiente se sale con la suya y se carga el sector del vino; pongamos que la correspondiente del cine sigue apretando las tuercas y hay que cerrar un montón de salas de cine. Y así sucesivamente los que admita la imaginación, que de eso se trata. Pues, a toro pasado, cualquiera podría decir, sin que nadie contradiga: “es que se ha pinchado la burbuja”.

Los numerosos análisis que se han hecho sobre el sector inmobiliaria de España –disponibles ampliamente en Internet- suelen tener en cuenta las variables concernidas: demanda de pisos, oferta normalmente bien ajustada –con los retardos propios de todos los sistemas flexibles y ajustables- a la demanda, precio del dinero y facilidades crediticias, situación del sector financiero –impagados hipotecarios-, factores productivos de la construcción propiamente dicha (terreno urbanizable, cemento, saneamientos, mano de obra (ojo), etc.). Todos estos elementos son reales, no son aire de burbuja, afectan y son afectados por el sector.

A su vez, el sector en cuestión, como cualquier otro, está sujeto a los avatares de la acción de los agentes sociales y a las políticas de turno que se manifiestan bajo la forma de lo que conocemos como coyuntura económica –se entiende a corto plazo, pero que si persisten serían manifestaciones de naturaleza estructural-. Ninguna economía, tanto en su expresión macro como micro, es absolutamente estable y sostenible –otra palabra mágica que todo el mundo repite aunque no quepa, pero que casi nadie sabe lo que significa-. Lo contrario sería aceptar que vivimos bajo la tiranía inamovible del concepto platónico, según el cual, existe un modelo ideal y permanente de las acciones económicas humanas. Hoy hemos comprendido que la noción de perfección es anti económica y sólo tiene sentido en un universo estático que, precisamente, no corresponde con el económico. A veces pienso que es posible que, en algunos casos, cuando hablan de la dichosa burbuja, a fuerza de retorcer el lenguaje, la confunden con estafa, evolución tecnológica, desequilibrios económicos, inflación, etc.
En resumen, para terminar con esta primera entrega de la burbuja enigmática, en mi opinión, decir que el sector inmobiliario padece una burbuja de pronóstico reservado o incluso de UCI, es una licencia retórica que, aunque goce de gran aceptación, pende peligrosamente, incluso diría frívolamente, sobre un sector importante que juega un papel clave para la buena marcha de la economía española, como lo sería para cualquier otro país. Otra cosa es que esté gravemente afectada por el poderoso aparato de control administrativo desarrollado por los partidos políticos dominantes en cada municipio, a través de la maraña, a veces, incontrolada de los PGOU, desgraciadamente fuente significativa de corrupción, que se proyecta aviesamente sobre otras actividades relacionadas, lo que significa desenvolverse en un ambiente de inseguridad jurídica que incita, cuando no, obliga, a establecer trapicheos debajo de la mesa, nada transparentes.

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