viernes, 27 de noviembre de 2009

A imitación del calendario de la Revolución Francesa de 1792, a los nacionalistas catalanes no les gusta la Navidad, ni la Semana Santa.

La ola laicista pretende barrer las tradiciones cristianas de siglos.

Aunque parece que, de momento, están reculando en su pretensión de borrar las denominaciones cristianas de los calendarios festivos escolares, como buenos “republicanos” chapados a la antigua, su aspiración es arrasar con lo que no les gusta, sin preguntar. No hace muchos días circulaban por los medios su revolucionario plan, que nos recuerda aquel chistoso calendario que se inventaron los revolucionarios franceses en 1792.

El Conseller d’Educaciò, Ernest Maragall, otro hermanísimo de la política, con la coartada de que se lo habían pedido los padres de los alumnos catalanes -no dice qué porcentaje de padres- aspira a cambiar el nombre de las vacaciones de Navidad por “vacaciones de invierno”, y las de Semana Santa por “vacaciones de primavera”. Dice el Conseller Maragall que “las familias quieren desligar las vacaciones de las festividades religiosas”. Lo más divertido es la justificación que se han buscado para llevar a cabo tal pretensión que arrasaría con centurias de tradición catalana: “para repartir más eficazmente los días libres a lo largo del curso escolar”. ¿Cómo? No entiendo por qué los nombres de Navidad y Semana Santa le impiden tan peculiar “racionalización”.

Al parecer la inspiradora de tal racionalización es Lola Abelló, que es la vicepresidenta de la Federación de Asociaciones de Madres y padres –en minúscula- de Cataluña (Fapac). La señora Abelló es también del Consejo Escolar Catalán. En una reunión de tal Consejo, a primero de octubre, la consejera dijo: “es útil racionalizar un calendario escolar totalmente irracional que no ayuda al desarrollo óptimo de los niños”. Pero lo bueno viene ahora: “La propuesta no nos la hemos inventado nosotros. Ya hay centros en Cataluña que la utilizan, precisamente porque sus alumnos son un 85 % no autóctonos y reúnen a 27 nacionalidades distintas”. Esta retórica, tan gastada, y como distraída, acaba por caer en incoherencias. Porque no es que los nacionalistas quieran respetar la heredad de esos niños de 27 nacionalidades. En el fondo no les gustan los que provienen de la América de habla hispana. Estos se resisten a aceptar el catalán y además en el recreo hablan en español.

¿Recuerdan ustedes la payasada de utilizar traductores en un acto institucional con una delegación de Nicaragüa? Nadie se ha atrevido a entrevistar al alguno de los asistentes nicaragüenses para preguntarles lo que opinaban sobre semejante dislate. Curioso fenómeno de apagones informativos que se extiende por España.

La verdad es que todo esto es tan absurdo, que extenderse sobre lo mismo es aburrido. Pero esta noticia me ha inspirado la idea de dedicar este post a glosar la graciosa experiencia del Calendario Republicano Francés. Era tan enrevesado, tal laico, que nunca he conseguido aprendérmelo. De modo que, al escribir sobre este tema, espero que me obligue a fijarlo en la memoria y, de camino, a divertirme.

Estamos en plena Revolución Francesa y allá por el año 1792, la Convención Nacional, bajo el poder de los jacobinos, lo impuso, y estuvo en vigor hasta el año 1806. Naturalmente, fue Napoleón, el hijastro de la Revolución quien se lo cargó. Paradojas de la vida. El poder todo lo puede; quita y pone, lo que sea. Aunque sólo duró poco más de 12 años. Ya sé que si hacen la cuenta les salen 14 años. Más adelante se comprenderá. Lo que pretendían los revolucionarios jacobinos, al igual que los catalanes pretenden, era eliminar no solo las referencias religiosas, sino crear otra “civilización”, como se verá más adelante. Otro mundo es posible.

El resultado fue un revoltillo impresionante. Olvídense ustedes de la referencia a nuestro calendario Gregoriano, aunque va a ser inevitable utilizarlo para seguirle la pista al revolucionario. Como no podía ser de otro modo, el año empezaba el 22 de septiembre de 1792, coincidiendo con la proclamación de la República. O sea, que el calendario de marras empezó un año antes de su implantación el 24 de octubre de 1793. Que lio, ¿verdad? Por eso, realmente, sólo estuvo impuesto algo más de 12 años. Pues esto no es nada.

Como hemos visto el año empezaba en el equinoccio de otoño. ¿Les suena? Haciendo la cuenta, y como los jacobinos no podía influir en el movimiento de los astros, no tuvieron más remedio que aceptar que el año revolucionario tuviera 12 meses, con 30 días cada uno. Ah, pero desaparecían las semanas. Porque los mese se dividen en tres décadas de días. O sea, no diríamos hasta la semana que viene, sino hasta la próxima década. Además, los días tenían su nombre. Nada de lunes, martes, miércoles, etc. Sino así: primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi y década.

Los revolucionarios jacobinos eran muy ecologistas y le pusieron unos nombres a los meses acordes con la naturaleza, bien neologismos en francés, latín o griego. Empecemos por el otoño, necesariamente compuesto de tres meses. Así, el primer mes se llama Vendimia (vendémaire), el segundo Bruma (brumaire) y el tercer mes del otoño se llamaba Escarcha (frimaire). Conviene no olvidar que cada mes tiene, a piñon fijo, tres décadas, o sea, treinta días. No es difícil imaginarse los desajustes que se producen astronómicamente en la medida del tiempo con este racionalismo creativo, como si fuera el sistema métrico decimal.

Siguiendo con las estaciones del año revolucionario, los tres meses del invierno tenían nombres tan ecologistas como Nevado (nivôse), Lluvioso (pluviôse) y Ventoso (ventôse). O sea, para no perdernos, estamos, más o menos, en enero, febrero y marzo.

Los nombres de los meses de la primavera eran bellísimos. Así, Semilla (germinal), Flor (floréal) y Pradera (prairial). O sea, a base de décadas, la primavera termina el 20 de mayo del gregoriano.

Y vamos a la última estación del año revolucionario, el verano. Tenemos el mes Cosecha (messidor), el mes Calor (thermidor) y el mes Fruta (fructidor). O sea, el año revolucionario termina el 19 de agosto.

Naturalmente estos revolucionarios cayeron en la cuenta que había que hacer algunos ajustes. Es decir que para completar un año astronómico hacen falta 5 días. En años bisiestos harían falta 6 días. Pues bien, esos 5 días empezaron empleándose como días de fiesta, al final de cada año y se les llamaba Sans-Culottides. Pasado algún tiempo los llamaban les jours compleméntaires.

Pero como aquellos creativos de calendarios revolucionarios no dejaron nada sin rebautizar, los nombres de dichos días de fiesta no tienen desperdicio. Lo diré en español, sin más. Fiesta de la Virtud, fiesta del Talento, fiesta del Trabajo, fiesta de la Opinión, fiesta de las Recompesas, y finalmente fiesta de de la Revolución.

¿Queda algo por revisar del calendario Gregoriano? Seguro que no se les ha escapado: el santoral adjudicado por el cristianismo a cada día del año. Como sería muy prolijo hacer la lista de los 365 días del año, haré unas breves pinceladas. Los días son todos de esta índole: uva, azafrán, castaña, caballo, zanahoria, brezo, corcho, etc., etc. Por ejemplo, el día de mi santo que lo celebro el 3 de diciembre, en el calendario revolucionario podría corresponder, más o menos: Frimaire, Cèdre (escarcha, cedro).
Espero que les haya divertido.