viernes, 15 de junio de 2007

La abundante cosecha de la “manzanas de oro” que ofrece la vengativa diosa Eris. Los que la muerden adquieren el arte de tener razón sin tenerla.




Los que sois visitantes habituales de este blog, os habréis dado cuenta del Mensaje de Bienvenida que figura en primera línea del lado derecho, por encima de mi foto. A veces se me ocurre pensar que puede que sea un error poner, precisamente como mensaje de bienvenida, un acusatorio espantapájaros para trileros del lenguaje. Probablemente, se podría decir que, los potenciales invitados, no pasarían del umbral del mi blog.

La diosa de la discordia se hizo popular con el nombre de Eris a través de los dibujos animados de la Cartoon Network con una serie llamada Las sombrías aventuras de Billy y Mandy. En uno de los episodios, Eris, que la representan con apariencia inspirada en Madonna, hace que el caos se apodere de Puro Hueso, Billy y Mandy dándoles la manzana dorada del caos y la discordia. Pero si tú, visitante de este blog, quieres leer algo más serio sobre la vengativa diosa de la dorada manzana, pincha con tu ratón aquí: Eris.

El caso es que la tentadora Eris o Éride, desde su posición privilegiada en la cabecera de mi blog, parece como si me estuviera advirtiendo: “no se te ocurra hacerme frente desacreditando el poder de mi manzana de oro”. He estado dándole vueltas, sopesando los riesgos de meterme en corral ajeno de mis conocimientos reconocidos. Además mi amigo el filólogo se encargaría de enviarme un varapalo vía comentario de blog. El caso es que siempre he tenido debilidad por los desafíos. Y hete aquí que me encuentro dispuesto a ignorar la amenaza de la vengativa diosa y librar la batalla del descrédito de los que recurren a morder su dorada y atractiva manzana, sin importarles que la víctima sea el valor de la verdad. En resumen, la clave del arco ofensivo de la que me voy a valer, mejor dicho de la que me tengo que valer es, la palabra.

Lo más simple que se puede decir de la palabra es que es un sonido o conjunto de sonidos articulados que expresan una idea (DRAE). Basta con reflexionar un poco sobre esta sobria definición para darse cuenta del poder de la palabra. ¿Quién no se ha visto en la tesitura de redactar un telegrama o mensaje electrónico comprometido, para darse cuenta de la dificultad de encontrar la palabra adecuada? Alrededor de mi mesa de trabajo suelo disponer de post-it adhesivos con alguna frase escrita apreciable que no quiero olvidar. El viento, o el plumero de turno, seguramente han hecho volar el que ahora debo citar de memoria. Venía a decir algo así como: el límite de mis ideas lo marcan mis palabras. Siento no hacerle justicia de reconocimiento a su autor.

No hay nada que no se haya dicho ya sobre la palabra. Como un acto de humildad voy a repasar, para mi propio beneficio y necesidad, algunas cosas básicas. Nada más lejos de mi intención que pretender dar lecciones tan generales a mis, ilustres e ilustrados visitantes. La cosecha no pretende ser muy copiosa pero suficiente. Las palabras son símbolos de las cosas del mundo, por lo que a cada palabra le corresponde un significado. Cada vez que digo o utilizo una palabra pongo en juego tres cosas: su expresión, el concepto con el que la asocio, de significado constante, y la cosa a la que se refiere, que pueden ser muchas, aunque dentro de un ámbito referencial reconocible en la propiedad que comparten.
Como no quiero complicarme la cosa, doy un salto mortal simplificador y digo: materialmente, un significado es una representación mental que sucede en el cerebro. O sea, cuando oigo una palabra se activa un modelo cognitivo que me evoca “la cosa”. Pero también puede que se me activen otros modelos, o excluya a otros. Hasta se me puede producir una cadena de evocaciones. Claro, por eso me interesaba aquella cita del post-it que perdí: el límite de mis ideas lo marcan mis palabras. Sólo un poco más. Me decía a mí mismo, más arriba, que el significado de una palabra es el concepto del que es portadora; si además definimos su significado, precisamos las propiedades de ese concepto. O sea, el significado es la idea real que evocan las palabras. Recordado todo lo anterior, se comprende por que Lewis Carroll dijo en cierta ocasión: “No hay mayor despotismo irrespetuoso, pretendidamente ilustrado, que el que a veces se ejerce sobre la capacidad esencial del significado de las palabras, atribuyéndoles otros caprichosos.”

Dado el indiscutible valor de la palabra, no hay sabio o escritor consagrado que no haya dejado algún testimonio, cita, aforismo o referencia sobre la misma: Solón, Sócrates, Digesto, Juan de Torres, Cervantes, Bacon, Shakespeare, Rober Burton, Talleyrand, Balmes, G. Eliot, Dostoiewsky, Pérez Galdós, Unamuno, Blasco Ibáñez, Amado Nervo, Valéry, Pio Baroja, Einstein. En fin, la lista sería interminable. Cada uno tiene sus propias opiniones y apreciaciones, sobre el valor de la palabra, pero siempre reflejo ilustrativo de su aprecio y respeto.

Resulta ilustrativo reflexionar serenamente sobre algunas de esas opiniones dadas u oídas sobre el valor y significado de tan importante y poderosa herramienta. Cualquier de nuestros actos, nuestras obras, se convierten en una imagen, o sea en una palabra que es como un hilo de oro que conecta con el pensamiento. Por eso me incordia tanto que cualquier intruso, contagiado con el veneno de la manzana maligna, pretenda imponerme su pensamiento único o manipular gratuitamente mis modelos mentales, mis creencias.

En la fraseología popular podemos escuchar, con frecuencia, “por la boca muere el pez”. Por nuestra boca dejamos escapar más que indicios de lo que el pecho esconde. Y haciéndole caso a Cervantes, lo que salga de nuestra boca mejor suene llano, sin encumbramiento, “pues toda afectación es mala.” Y sobre todo cuidando que la palabra escogida no infunda error, pues es probable que se revuelva contra el entendimiento. O sea, nada de jugar con las palabras aunque sea tan diestramente como el trilero, porque el manoseo acaba por hacerla tan liviana que termina por no significar nada. Jugar irrespetuosamente con el significado de las palabras -lo negro es blanco, lo blanco es negro-, parece cosa de villanos. Estas son las palabras volantonas, con alas, y puede ocurrir que se posen donde nosotros no queremos. Pérez Galdós decía que “palabra y piedra suelta no tienen vuelta”. Sin duda, la palabra lanzada para golpear, puede herir más hondo que una espada.

En ocasiones, la palabra es como una fiera salvaje que hay que domesticar antes de darle suelta. Quizá, por eso son pocos los que consiguen fijar el sentido de las palabras que usan. Algunos maestros del engaño las usan para disfrazar u ocultar su pensamiento. Aunque el pensamiento así maltratado va quedando anulado, ahogado, de manera que, finalmente, no quede nada que ocultar. Esa retórica robotizada, de forma florida pero sin fondo, es como el canto de los pájaros, “que cantan sin saber lo que cantan: todo su entendimiento es su garganta” (Octavio Paz).

Normalmente me preocupa sobremanera lo que quiero decir, cuando lo peor que me puede pasar es que diga cosas sin querer. En ocasiones esto es debido a que uno usa palabras que han cambiado de significado con el tiempo. Decía Paulhan que si las palabras no hubiesen cambiado de sentido y los sentidos no hubiesen cambiado de palabra, todo habría sido dicho ya. Aunque no siempre estas situaciones son fruto involuntario de nuestros deseos, sino que es la expresión de un pensamiento profanado. Con lo anterior no quiero decir que sea fácil acertar que la palabra concebida y empleada, en una determinada ocasión, sea la conveniente. Cuando esto ocurre habría que decir que actuó la fórmula mágica.

Otras veces me preocupa especialmente la necesaria amplitud de mi vocabulario disponible, sin caer en la cuenta que es más importante tener la habilidad de conocer el número de usos posibles de una palabra. No me refiero al juego sucio de algunos de imponer significados retorcidos a las palabras. Un ejemplo de estos días lo encuentro en el concepto “acto terrorista”; pues bien, según la pertenencia o adscripción del sujeto parlante, utilizara diferentes palabras: resistencia, accidente, violencia y, a veces –las menos- terrorismo. Os invito a que juguéis a emparejar el perfil ideológico del sujeto con cada expresión.

Todos los que buscan y aprecian las ideas y la verdad con afán, les pone de mala leche la palabrería en torrente donde abundan palabras camufladas de las que hay que recelar. En este guirigay resulta difícil que no se produzcan disensiones y antagonismos dado el baile de interpretaciones que damos a las palabras. Y no digamos cuando muchas personas utilizan las mismas palabras para diferentes cosas; entonces las palabras provocan incomprensión y desconfianza. Villaespesa decía: “¡Una piedra tuerce un río: a veces, una palabra puede torcer un destino!”.

La personalidad de cada uno puede venir caracterizada por la ropa, las gafas, el color del pelo, el acento, la corbata, etc. Todos estos rasgos, en realidad, son accesorios. La verdadera personalidad aparece a partir del momento en que se desarrolla la palabra. Y si no, vean a FSD , que odia la corbata, ahora que se explaya a deshora, en Diario de la Noche (TeleMadrid). A pesar del madrugon, vale la pena verlo y oirlo a sus anchas. Sus palabras son un torrente franco que no exigen el filtro del recelo. Véanlo, si les apetece, en plena faena gracias a YouTube.

Bueno, de los inefables directores de tertulia radiofónica no me atrevo ni a empezar; no sabría como terminar. Las tertulias constituyen hoy día una prospera escuela de propagación de la retórica, esa que Platón decía que servía para el encantamiento de las almas. Creo que fue J. L. Parada al que le oí utilizar, por primera vez, el palabropolitiqués” para referirse a ese lenguaje desvergonzado que usan los políticos. Y es que la mentira sigue siendo rentable, sobre todo ahora que el mentiroso esta vacunado contra el pudor.

En definitiva, la palabra es la gran herramienta de la lucha por el poder. Fue Gramsci el que le descubrió a todos estos encantadores pastores de rebaños de ciudadanía –palabra símbolo- que el camino más corto y más sutil para conquistar el poder político es el poder cultural. Por eso una de las cosas que mejor funcionan estos días en España es la acción concertada de intelectuales y artistas bienpagaos, llamados “orgánicos”, que muy eficazmente han conseguido infiltrarse en todo tipo de medios de comunicación, expresión e, incluso, universitarios. Y como muestra la interesante antología que el escritor Miquel Porta Perales nos ofrece (ABC 16/06/07), en la que se describe la patología que caracteriza a tan activos "orgánicos": el síndrome de Jeremías y el síndrome de Jezabel. Tan complementarios y tan ilustrativos.
Y mira por donde, esta mañana he sido escuchante de una entrevista que Cherrera le hacia Ramón Jáuregi. Toda la paciencia y habilidad suavona de la que es capaz Carlos para apelar a la lógica de la razón chocaban, una y otra vez, con el muro impenetrable de argumentos retórico erísticos de este gran artista de la política. Oiga, y que serio lo dice. En níngún momentos RJ titubeó. Escuchando esta situación, se me vino a la memoria una frase contundente de Quevedo: "no hay disparate en el mundo tan grande que no tenga ley que la apoye." RJ se sabe todas las "leyes de apoyo" que existen.
Ah, la pazzzzz –estoy contagiado de la expresión utilizada por Ignacio Camacho-. No hace mucho le preguntaba: ¿qué es más importante, la pazzzz o la libertad? Bueno, cada mochuelo a su olivo. Yo me contentaría, muy mucho, con lo que decía Walt Whitman: “el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz”. ¡Por favor, menos pastoreo!

Si no me descalabran los aludidos, volveré sobre los erísticos poderes de la manzana dorada.

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