domingo, 22 de abril de 2007

Micorreo: El sobrevenido Estado Federal, 30 balas incrustadas en las paredes


Estimada amiga:

Tu breve y lacónica respuesta me ha dejado intrigado por saber, con qué argumentos de los expuestos en mi anterior mensaje sobre las autonomías, ahora te han llevado a interpretar por que “no me gusta” la palabra consenso -objeto de un viejo debate entre tú y yo-. No es que no me guste per se, si no que cada palabra es para lo que es. Como decía Lewis Carroll: no hay mayor despotismo, pretendidamente ilustrado, que el que se ejerce sobre el significado de las palabras, atribuyéndoles otros caprichosos. Sobre la palabra consenso el DRAE dice que es el “acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo.” Estoy de acuerdo contigo; no sólo es bueno reflexionar sobre las peticiones o argumentos de los demás, sino que es imprescindible para el normal desenvolvimiento de nuestra vida cotidiana. Lo contrario sería un mundo esquizofrénico, como el que, con frecuencia, tenemos. Por naturaleza, doy por sentado que la avenencia, o rechazo, por parte de un grupo sobre un acuerdo entre todos, habría estado precedida de un diálogo entre los individuos o grupos, afectados. Si no fuera así ya no sería consenso, sería otra cosa. Como ya te manifestaba en mi debatido mensaje relativo al consenso, su apelación abusiva, en realidad, es una mera estrategia tramposa, usada por los que menos poder tienen. En ocasiones, no es más que una puñalada trapera a la democracia.

Permíteme una apostilla a mi anterior artículo sobre las autonomías. El meollo de mi argumento estaba en que se está produciendo una utilización intencionadamente socarrona –no creo que sea fruto de la ignorancia de tan eminentes actores- sobre el concepto de federación. Me explico. Los nacionalistas vascos y catalanes se suicidarían en sus pretensiones independentistas, si aceptaran una constitución verdaderamente federal dentro de la España unitaria actual. No me imagino que cualquiera de los estados de la Unión Americana, por ejemplo California, le diera a Washington D.F. los desplantes del tipo de los que aquí se gastan los gallitos nacionalistas respecto a Madrid Gobierno. Recordemos que, en el marco de la constitución federal de 1788, los norteamericanos tuvieron su Guerra de Secesión (1861-1865). La ganó el norte, Lincoln. Con ello, entre otras cosas sabidas, se consolidó el poder federal centrípeto y equilibrador, frente al poder centrífugo de los estados secesionistas. O sea, se evitó la regresión a la situación de Estados Confederados que existía en 1776, como pretendían los sureños.

El hecho histórico recordado más arriba nos ilustra, también, sobre las consecuencias que tendría, entre otras no menos previsibles, el que las autonomías gobernadas por nacionalistas separatistas se declararan independientes en el marco de la España seudo federal –por lo de asimétrica- que realmente constituye el llamado Estado de las Autonomías. Realmente sería una regresión histórica a un estado confederal, como podría ser la situación existente en la Península de los reinos cristianos, cuando los Reyes Católicos culminaron la reconquista. O para ser más precisos, jurídicamente hablando, a la situación anterior a la constitución de las Cortes de Cádiz de 1812, o sea una España medieval. Además, no es difícil imaginarse el efecto dominó que esto tendría, en los actuales Estados-Nación europeos. O sea, el fin de lo que entendemos, ahora, por Occidente, geopolíticamente hablando.

Si como afirmó Cicerón, la Historia es, no solo aviso del presente, sino también advertencia del porvenir, quizá nos resulte útil repasar la experiencia histórica de nuestra Primera República, acaecida después de la abdicación de Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873.

Sin llegar a cumplir un año de vida, la I República Española pasó por tres fases sucesivas: comenzó como unitaria, pasó a remedo de federal y terminó como una extraña cosa que, algunos, calificaron como conservadora. Extraña situación que fue “liquidada” por el general Pavía el 2 de enero de 1874, acontecimiento extraordinario sobre el que me referiré más adelante.

Estanislao Figueras, su primer presidente, llegó apoyado por los republicanos radicales y progresistas. En cuanto éstos se pelearon hubo que convocar cortes constituyentes que, inmediatamente, proclamaron una República Federal. Figueras gobernó sólo 41 días.

Al segundo presidente, PI y Margall, además de lloverle las reivindicaciones sociales, se encontró con que todo el mundo creía que lo de República Federal era una invitación a declararse cantón independiente. Como carecía de carácter para tomar decisiones, la cosa degeneró en remedo confederal que terminó en caos. El segundo presidente abandonó el poder un 18 de julio, o sea que gobernó 85 días.

Nicolás Salmerón, el tercer presidente, que llegó también con el propósito de poner orden, tampoco fue capaz de ejecutar las decisiones que dictaban los tribunales. Gobernó durante 50 días.

Por último llegó Emilio Castelar, el seductor y gran orador, que hizo todo lo posible por consolidar la República. Puso un poco de orden, incluso acabó con el cantonalismo, aunque tuvo que gobernar con las Cortes cerradas, pero que, en cuanto las abrió, se formó tal follón que ocurrió lo anunciado más arriba sobre el general Pavía. Este cuarto presidente marcó todo un record, gobernó 118 días. Una curiosidad sobre el origen de los presidentes de la Primera República: dos fueron catalanes y los otros dos andaluces. Ya te habrás percatado, querida amiga, que Andalucía es también tierra de afanosos protagonistas generales en nuestra historia reciente.

Sobre el prometido comentario sobre el general Pavía, hay que decir que su nombre completo era Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque, nacido en Cádiz en 1827. Ya en 1866 participó en la fracasada sublevación de Prim en Villarejo, -uno de los generales, en este caso catalán, más activo actor de acontecimientos críticos de nuestro siglo IXX-, lo que le obligó a exiliarse y volver, dos años después, tras el triunfo de la revolución de 1868. Siendo Pavía claramente contrario al separatismo, al implantarse la I República le nombraron general jefe de la zona norte donde combatió a los carlistas en Navarra y en Andalucía reprimió el cantonalismo. Siendo Capitán General de Madrid, terminó por dar un golpe de estado el 3 de enero de 1874, irrumpiendo en las cortes de forma violenta, precisamente en el momento que se procedía a nombrar sustituto de Castelar, que acababa de perder la votación, con lo que dio por liquidada nuestra primera experiencia republicana española, justo antes de que se llegara a nombrar un quinto presidente. Se podría decir que más que un golpe de estado, Pavía le dio el golpe de gracia a la I República española.

Resulta ilustrativo y apasionante leer el teatral trozo final del diario de sesiones del aquel 3 de enero de 1874, a propósito de la acción tajante del general gaditano en las Cortes:

“El señor Castelar: Señor presidente, ya estoy en mi puesto y nadie me arrancará de él. Yo declaro que me quedo aquí y que aquí moriré.Un señor diputado: ¡Ya entra la fuerza en el salón!(Penetra en el salón tropa armada.)Varios señores diputados: ¡Soldados! ¡Viva la República Federal! ¡Viva la Asamblea Soberana!(Otros señores diputados apostrofan a los soldados, que se repliegan a la galería, y allí se oyen algunos disparos [dicen las crónicas de la época que más de 30 balas quedaron incrustadas en las paredes], quedando terminada la sesión en el acto.)Eran las siete y media de la mañana.”

Hasta aquí el relato del Diario de Sesiones, salvo los textos de los corchetes por mí añadidos. Amiga, seguro que te ha recordado la invasión el 23 de febrero de 1981 del teniente coronel Tejero, pistola en mano, acompañado de 200 guardias civiles, que a ambos nos tocó vivir.

Frente a la falta de sensatez y sentido común de los actores de este drama, no faltan, ni entonces ni ahora, las grandes palabras. Aquel mismo día, por la tarde, el locuaz Castelar declaró en los periódicos: “De la demagogia me separa mi conciencia; de la situación que acaban de levantar las bayonetas, mi conciencia y mi honra.”

Como se puede comprobar, la vida política de España está plagada de generales insurgentes. Su protagonismo no era nuevo entonces, ni tampoco lo ha sido después. Sí fue innovadora la forma de imponer un nuevo orden político, teóricamente republicano, bajo las ordenes del general Serrano, también gaditano, hasta que, otro general, Martínez Campos –para variar, don Arsenio era segoviano- dio, el 29 de diciembre, un “pronunciamiento” –figura típica del repertorio de formas de gobierno hispanas- a favor de Alfonso XII, dando así lugar el comienzo de otra etapa de la historia de esta sufrida España, conocida como La Restauración

Estimada amiga, resulta sorprendente, por no decir patética, la semejanza de cuadros y situaciones que se repiten a través del tiempo y que incluso a algunos nos ha tocado revivirlas. Seguramente esto te recordará, como a mí, la repetida frase del filósofo y poeta madrileño de nacimiento, aunque educado en Estados Unidos, George Santayana: “Aquellos que rehúsan aprender de la historia están condenados a repetirla.”

Hasta la próxima.
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