Debe ser como reacción al empacho de la “operación correazo” al PP, perdón Gürtel, por lo que vuelvo a ocuparme del innoble premio de la paz otorgado a Obama. Me resulta menos estresante y más entretenido. Porque Obama es el tercer presidente de Estados Unidos de Norteamérica –se debe concretar, porque “estados unidos o desunidos” en América hay varios- que recibe el polémico “award”. Mi primera reacción ha sido la de comparar la ejecutoria de cada uno de los presidentes Norteamericanos galardonados, respecto de los méritos que amparan tal honor. Tanto la lista del primer galardonado, el republicano Theodore Roosevelt (1906), como la del segundo, el demócrata Thomas Woodrow Wilson (1919), están bien repletas de acciones, y sobre todo de intervenciones en Sudamérica. Mientras que la de Obama está vacía. Este es el gran misterio. Pero es lógico; no ha dado tiempo a que el último galardonado hiciera méritos. Según algunos mal pensados, no hacía falta.
Para empezar, debo descubrir que estoy hecho un lío con lo del Premio Nobel de la Paz. Según el testamento del sueco Alfred Nobel, este premio fue instituido para honrar y premiar “a la persona que haya trabajado más o mejor a favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la promoción de procesos de paz”. Teóricamente está claro. Entiendo que lo que se premia es ejecutoria, hechos realizados verificables. Pero en el caso de Obama parece que se premia a las intenciones. Debe ser que como este premio se otorga en Oslo (Noruega), a diferencia de los otros premios que se entregan en Estocolmo (Suecia), los primeros tienen una “sensibilidad” especial.
Ciertamente, otorgar un premio, aunque sea a científicos cuyo currículos sean más o menos verificables por sus publicaciones y los correspondiente registros universitarios, siempre es difícil. Pero hay que reconocer que lo del Premio de la Paz tiene enjundia. Ya lo decía Cole, -el de la Historia del Pensamiento Socialista-: “ninguna idea o sistema importante puede ser definido exactamente”. No es que quiera justificar el desconcierto que produce la biografía de los galardonados a tal honor, La Paz, en los últimos años tan llenos de sobresaltos.
El Premio Nobel de la Paz empezó a otorgarse a partir de 1901 con el suizo Jean Henri Dunant, por sus trabajos en pro de la creación de la Cruz Roja. Desde entonces, hasta nuestros días, el Premios de la Paz ha quedado desierto una veintena de veces. La última vez que quedó desierto fue en 1972. Desde entonces hasta el de Obama, siempre se ha otorgado sin pausa. Nunca había habido un periodo tan largo de galardonados sin interrupción. ¿Quiere decir que en estos casi últimos 40 años proliferan los hombres –no hay mujeres en la lista- de paz? Mi madre decía que cuando se habla mucho de la paz es porque está cerca la guerra. La descripción en la historia de los Tratados de Paz abundan tanto como los de las Guerras. Van emparejados, y siempre después de la guerra de turno. Ya lo decía Napoleón “la primera virtud es la devoción a la patria”, y claro por la patria, todo, la muerte, la guerra.
Citas de grandes escritores o pensadores hay para toda ocasión. Pero resulta especialmente copioso el apartado dedicado a La Paz. La de Cicerón es paradigmática: “Si deseamos la paz, hemos de mantenernos bien armados. Si deponemos las armas nunca gozaremos de la paz”. En la misma línea se manifiesta Cervantes: “Las armas tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida”. Ciertamente la mayoría de las citas tienen este soniquete, o sea, “el imperio de la paz” de Napoleón III. O sea, siempre después de haber aniquilado al oponente. Así las cosas, estaríamos de acuerdo con Tácito: “Hacen un desierto y lo llaman paz”.
Es cierto, lo dicho más arriba destila pesimismo. También puede parecer un debate dialéctico contra la ministra Carme Chacón y sus misiones de paz. ¿Pero acaso tenemos motivos para estar optimistas después de un siglo XX como el que acabamos de dejar, y comprobar que el que ahora hemos inaugurado es más que inquietante? ¿Alguien sabe cuántos conflictos armados –lenguaje de la ONU- hay en estos momentos en el mundo? Las diferentes estadísticas, sean oficiales o de ONG, no se ponen de acuerdo. Pero son muchos. También son muchas las dictaduras que se sientan en las comisiones de derechos humanos de la ONU, incluso, en su riguroso turno, las presiden.
Es posible que todo lo anterior sea un circunloquio que hago para poder entender la coherencia de los currículos de los primeros presidentes norteamericanos galardonados, más arriba citados, y la naturaleza del galardón. Roosevelt, el gran “rough rider” –nombre del 1er Regimiento de Caballería Voluntarios durante la guerra Hispano-Estadounidense-, el conquistador de Guantánamo, intervencionista en Sudamérica, cuando convenía, el gran acusador a España por lo del Maine, que le dio gran popularidad para ser elegido. Quiero decir, con admiración, que Roosevelt ha sido uno de los mejores presidentes que ha tenido Estados Unidos de Norteamérica para sus intereses y crecimiento, por tantas y tantas cosas que no cito, pero que son conocidas, como es el caso de la creación de los grandes parques nacionales, que tantos imitadores ha tenido por todo el mundo.
Y qué decir de Wilson, otro gran intervencionista –otros los llaman imperialistas-, con su ciertamente característico espíritu wilsioniano de política exterior, que propugnaba apoyar, en los países “clave” para Estados Unidos, aquellos gobiernos catalogados como “buenos”. Su intervención en Sudamérica fue notoria; invadió México, Haití, la República Dominicana, que estuvo a punto de ser anexionada. Implantó la Ley Seca y la jornada de 8 horas de trabajo, gran cosa. Aunque algo tarde, su decisión de “intervenir” en la Primera Guerra Mundial fue ciertamente determinante para alcanzar la Paz de Versalles, como dije más arriba, los tratados de paz siempre después de una Gran Guerra.
También le acreditan sus famosos 14 puntos de la “paz americana”, entre los que estaban el germen de la creación de la Liga de la Naciones, antecedente de la Sociedad de Naciones, antecedente de las Naciones Unidas, que desgraciadamente habría que refundir nuevamente, dada la, en mi opinión, inutilidad en la que ha degenerado la ONU después de la Segunda Guerra Mundial. En este caso, en Wilson, bien hallado el galardón, incluso con sus claro obscuros. Evidentemente, en la ocasión de Wilson, el Comité del Nobel de la Paz en Noruega no premiaba futuribles, como ha sido el caso de Obama.
Entre las distintas fuentes de información que utilizo para mantenerme informado de lo que pasa y se dice en tan, para mí, interesante y admirado país, está una publicación digital que se llama Personal Liberty Alerts, que dirige Bob Livingston. Puntualmente, una o dos veces por semana, recibo una crónica ilustrativa y clarificadora de los acontecimientos que los medios tradicionales, de afinidad demócrata o republicana, nos cuentan a su aire. En esta ocasión quiero glosar una artículo titulado Innoble Barack’s Award, firmado por Chip Wood, un acreditado editor de libros sobre temas de rabiosa actualidad como es el caso de Crisis Investing.
Para arrancar con su artículo, Chip Wood aprovecha la parodia que hizo el actor Fred Armisen en un conocido programa sketch llamado “Saturday Night Live (SNL)”, precisamente 3 días antes del otorgamiento. Wood transcribe parte del sketch con cierto detalle, en un tono mezcla de humor ácido y cinismo, aunque también es posible encontrar el video en Youtube, entre otros miles de videos semejantes, todos muy críticos, sobre Obama.
Aparece el actor Armisen travestido de Obama dando uno de sus sobrios discursos delante del público americano, donde decía, más o menos: “Son los de derechas las enojadas. Creen que estoy convirtiendo a este gran país en algo que se asemeja a la Unión Soviética o la Alemania Nazi. Pero eso no es verdad.” Mientras hablaba el clon de Obama salía en una pantalla virtual una lista móvil de promesas tales como: el calentamiento global, la reforma migratoria, los homosexuales en el ejercito, los límites del poder de los ejecutivos, la tortura de presos, el cierre de Guantánamo, la retirada de Irak, la reforma sanitaria, y así sucesivamente.
Entre tanto Armisen se preguntaba “¿Qué ha hecho nuestro presidente para merecer ese Premio Nobel de la Paz después de casi un año?” Contesta Armisen travestido de Obama, ¡Nada! Pero recuerden, continua Armisen, o sea, Obama, “Yo puedo hacer lo que quiera. Tengo mayoría en las dos Cámaras del Congreso. Yo podría hacer obligatorio que todos los homosexuales se casasen y exigir que todos los coches funcionen con marihuana, ¿no? ¡NO!” Luego Armisen se quedó mirando su lista en la que aparecen dos nuevos logros, dos palabras, y dice: “Pero mirando atentamente esta lista veo aquí dos grandes logros: ¡Jack & Squat! Así terminó el sketch de Fred.
Ante este final me quedé como cuando te cuentan un chiste en inglés, con abundantes palabras slang; no entendí nada. Me pregunté, ¿dónde está la gracia? Me acordé que Google no suele defraudar y busqué uno de esos diccionarios urbanos que se ofrecen en la web. Ahí estuvo la solución. Los dos logros que el clon de Obama encontró, Jack & Squat, significan, precisamente, ¡nada! Es como cuando nosotros decimos: quien tiene un tío en la Habana, ni tiene tío ni tiene nà.
Entrando en materia, dice Wood, de su cosecha, que el reglamento del Comité Nobel exige que todas las candidaturas deben estar entregadas antes de 1 de febrero. Si esto es así, quiere decir que Obama fue nominado tan sólo 12 días después de que jurara el cargo de presidente. Esto no parece razonable, por lo que Wood se pregunta “¿es que alguien se cree que esto fue lo que sucedió en realidad?”. A lo que Wood contesta imaginando una situación que le parece evidente: “El Comité Nobel rompió sus propias reglas para dar a Obama el premio”. A lo que abunda imaginándose que alguien del Comité noruego gritó que hay que respetar el reglamento, a lo que el que dirige el cotarro contestó: “No necesitamos de esas pestilentes reglas”.
Lo que sugiere Chip Wood es que cuando los elitistas de la izquierda internacional quieren honrar a uno de los suyos pueden prescindir de “esas pestilentes reglas”. Evidentemente Wood está muy irritado, no tanto con el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Obama, como que lo haya aceptado, sin fundamento.
Después de seguir divagando descargando sus iras sobre la izquierda internacional que reconoce a los suyos, afirma, “El hecho puro y simple es que la selección de este año fue manipulada. Y está lejos de que esta haya sido la primera vez que prostituyen la noble idea de un premio de la paz, tan solo para servir a las innobles ambiciones de la izquierda”.
Para reforzar sus argumentos Wood hace un repaso de algunos de los escandalosos casos de otorgamiento de Nobel de la Paz de años recientes. “¿Recuerdan cuando en 1994 el Comité del Nobel otorgó tal honor a un ladrón, a un asesino, como fue Yasir Arafat?” Y se pregunta, “¿cómo es posible darle un premio de la paz al padre del terrorismo moderno?” Afirma Wood que un personaje de ese jaez, en un mundo cuerdo, habría sido juzgado. “En cambio, fue un visitante asiduo de la Casa Blanca, en la etapa de Bill Clinton, entre todos los líderes del mundo. ¡Qué farsa!”
Luego Wood nos zarandea para que recordemos el caso del otorgamiento del año 1973, cuando el premio fue compartido entre el secretario de Estado Henry Kissinger y el primer ministro de Vietnam del Norte Le Duc Tho, con el fundamento de los acuerdos de paz de Vietnam. Wood espeta a sus lectores preguntándoles si recuerdan como definían los comunistas el concepto de paz: “cuando toda oposición ha sido eliminada”. Esta es una frase que hace pensar en la guerra, con las armas dialécticas de la corrupción, entre el PSOE-Gobierno y oposición-PP. Continúo después de esta digresión. Y sigue Wood echando leña a la memoria: “Kissinger y su pandilla se aseguraron de eliminar toda oposición para que el poder comunista lo tomara en Vietnam del Sur. ¡Bien hecho, señor Secretario!”
Ahora Wood pasa a opinar sobre el escandaloso caso de Al Gore. Estamos en los premios Nobel de la Paz del año 2007. El párrafo que dedica a este caso es tan denso que lo mejor es que lo reproduzca integro. “No hace falta ser un asesino en masa; basta con abrir una puerta para ser honrado por el Comité Nobel. A menudo es suficiente con demostrar una devoción servil a la extrema izquierda. ¿Cómo se puede explicar la elección del ex Vicepresidente Al Gore? Incluso aunque admitiéramos todo ese pastiche de ciencia amañada deliberadamente llamado “An inconvenient Truth!”, ¿se puede afirmar con honestidad que se mereció el Premio Nobel de la Paz?
Después de la anterior andanada, Wood se despide de este modo: “Bueno, está bien, lo admito. Al Gore trabajó más para ganar que nuestro Teleprompter-en-Jefe. Hay que admitir que, a veces, los ‘liberales’ lo hacen bien.”
Como es sabido en Estados Unidos de Norteamérica, a su extrema izquierda –nada equivalente a la de aquí- , por esos extraños juegos del significado de las palabras cuando atraviesan fronteras y océanos, les llaman liberales. Es como decir que anverso y reverso son iguales.
Con este segundo y largo post sobre el innoble premio Nobel del año 2009, creo que tengo agotada la veta, por lo que espero volver sobre el intrigante asunto del “desarrollo sostenido” con dinero público, aunque en vista del escaso apoyo que ZP ha cosechado, incluso entre sus fuerzas sindicales más fieles, es posible que el asunto se muera antes de haber nacido.
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